Una luz que nunca se apagará
“A ti extiendo mis manos; mi alma te anhela como la tierra sedienta” (Salmo 143:6, LBLA).
Cuando en 1531 Thomas “el pequeño” Bilney dijo que debía “subir a Jerusalén”, sus amigos entendieron muy bien lo que quería decir. En efecto, poco tiempo después sería arrestado en Norwich, juzgado y condenado a morir en la hoguera.
Se cuenta que la noche anterior a su muerte, en compañía de su amigo Matthew Parker, Bilney leyó Isaías 43:2: “Cuando pases por el agua, yo estaré contigo”. Colocando su mano sobre la llama de una vela, dio a entender que no temía morir consumido por las llamas. Al día siguiente, mientras era conducido al lugar de la ejecución, Bilney recitó el Salmo 143. Ya cerca de la estaca, repitió las palabras de nuestro texto de hoy. Cuando las llamas comenzaron a consumir su cuerpo, Bilney clamó: “Creo en ti, Jesús. Creo en ti”.
¿Por qué había sido condenado? Por haber enseñado que, aparte de Jesucristo, ningún ser humano podía perdonar pecados. Y por haber sido el líder de un grupo de eruditos que en Cambridge y en toda Inglaterra comenzaron a predicar abiertamente las verdades de la Reforma Protestante. Uno de esos líderes: Hugh Latimer, “el hombre más honesto de Inglaterra”.
Latimer nació en una cuna humilde, hijo de un labrador, pero por su arduo esfuerzo logró graduarse en Cambridge. Años más tarde, llegó a ser capellán del rey Enrique VIII y obispo de Worcester. Poderoso predicador y celoso defensor de la Iglesia Católica, Latimer inicialmente atacó las enseñanzas de Lutero, que para entonces estaban extendiéndose por todo el reino. Eso hizo hasta el día en que “El pequeño” Bilney le mostró las verdades del evangelio de Cristo. Entonces todo cambió. Latimer comenzó a predicar las grandes verdades de la Reforma: la fe en Dios y en su Palabra.
El 16 de octubre de 1555, en Oxford, Hugh Latimer fue condenado a morir como hereje en la hoguera, junto a Nicholas Ridley. “Ten buen ánimo”, le dijo Latimer, “que en este día encenderemos una luz tal en Inglaterra que, por la gracia de Dios, confío que jamás se apagará” (El conflicto de los siglos, p. 291).
Esa luz nunca se ha apagado. Es la misma que durante siglos mantuvieron encendida los profetas, los apóstoles y los fieles campeones de la verdad, y que nos ha llegado gracias a la sangre de los mártires.
¿Qué haremos con esa luz tú y yo?
Amado Padre, gracias por la sangre de tus mártires. ¡Ayúdame a ser fiel a la preciosa verdad por la cual ellos entregaron sus vidas!
Quiero el matinal de la mujer y de jóvenes por favor
Hermosas enseñanzas . Un tremendo dolor para los que fueron sometidos a la hoguera- Lo bueno cuesta sufrimientos y a veces dolor, pero lo sublime
no tiene precio. ¿Con qué sepagará? Con la sangre del cordero de Dios-