Racista de vegetales
“No se amolden al mundo actual, sino sean transformados mediante la renovación de su mente. Así podrán comprobar cuál es la voluntad de Dios, buena, agradable y perfecta” (Rom. 12:2, NVI).
Cuando era niña, yo era una “racista de vegetales”. Me gustaban los vegetales naranjas, los blancos y los amarillos, pero estaba convencida de que nada verde podía ser rico. Mi mamá, obviamente, tenía ideas más “progresistas”. Por eso, ella insistía en cocinar croquetas de acelga, mis archienemigas.
Durante una de esas cenas en las que me batí a duelo con las croquetas, decidí intentar una táctica diferente. Normalmente, las miraba con recelo por un rato largo, hasta que se enfriaban en el plato. Y después las comía apurada, cuando mi mamá me retaba. Sin embargo, esta vez decidí orar. Tenía solo nueve años y le dije a Dios: “¿Podrías hacer que me gusten las croquetas?”
Corté un pedazo pequeñito y me lo acerqué a la boca como en cámara lenta, respirando profundamente. Me llevé la sorpresa de mi vida al masticar y darme cuenta de que eran ricas. Igualmente, por las dudas, no le conté a mamá, ¡por si el milagro no se repetía!
Hoy, ya adulta, me encantan los vegetales verdes, porque mi paladar fue entrenado. Nuestro corazón también tiene un “paladar.” A veces, como a los niños, nos gusta lo que no es sano. Puede ser un estilo de vida sedentario al que nos acostumbramos, o un tipo de personas hacia las cuales nos sentimos atraídas. O tal vez el lugar que permitimos que nuestro trabajo y nuestra apariencia ocupen en la formación de nuestra identidad. Paradójicamente, a veces lo que nos hace falta es lo que más asco o miedo nos da.
Es importante entrenar las papilas gustativas del alma para apreciar lo bueno. El pueblo de Israel estaba tan acostumbrado a la esclavitud, que cuando Dios los liberó no hacían más que quejarse. Aunque Dios les dio maná, ellos extrañaban los pepinos, el pescado y los melones de Egipto (Núm. 11:5). Si se lo pedimos, Dios nos va a enseñar a disfrutar de la comida sana (la física y la emocional. Él puede transformar radicalmente nuestro corazón, para que nos deleitemos en comer vegetales verdes.
Padre, te pido que refines mi gusto y regeneres mi corazón. Enséñame a amar lo bueno y a aborrecer lo malo. Si las críticas que recibo hoy son buenas y constructivas, ayúdame a aceptarlas. Cualquier cosa que fortalece mi carácter para el Cielo es un vegetal verde; es sano y no me voy a negar a comerlo.
Amén