Buenas nuevas para los cansados
“Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar” (Mateo 11:28).
Su joven esposa acababa de dar a luz su cuarto hijo, y Milton estaba a su lado cuando notó que algo andaba mal. Alarmado, llamó a la enfermera.
–Todavía está bajo el efecto de la anestesia –dijo ella.
Pero los minutos pasaron, y todavía no había respuesta. Entonces Milton pidió a la enfermera que llamara al doctor. El examen médico reveló que su esposa había sufrido una ruptura del útero y estaba sangrando profusamente. Milton nunca antes había orado, pero ese día oró y esperó.
–Por favor, Dios, salva a mi esposa –dijo–. Es demasiado joven para morir. Luego vendría la devastadora noticia. El equipo médico hizo todo lo posible, pero sin éxito. Milton corrió hacia la habitación donde yacía su amada y, recostando su cabeza sobre su cuerpo, lloró. Luego arremetió contra Dios.
–Oré pidiéndote que la sanaras, y nada hiciste. ¡No quiero saber nada de ti! El día previo al servicio fúnebre, Milton se encontraba cerca del ataúd cuando alguien tocó su hombro. Era un amigo, Alan. Después de expresarle sus condolencias, Alan le entregó una tarjeta con su teléfono y le dijo que podía llamarlo a cualquier hora. Todavía estaba bajo el impacto emocional de la pérdida cuando, días después, Milton supo que también había perdido su trabajo. Desesperado, decidió quitarse la vida. Salió a la carretera, dispuesto a lanzarse delante de un carro, cuando le pareció escuchar una voz que le decía: “¿Por qué no llamas a Alan?” Y así hizo. El encuentro se produjo en la casa de Milton. Entonces Alan le leyó nuestro texto de hoy: “Vengan a mí todos ustedes que están cansados”.
–Descanso es lo que necesito –dijo Milton–. Pero ¿cómo puedo hallarlo?
–Ahora mismo lo puedes tener, si solo lo pides –respondió Alan.
Y mientras Milton escuchaba, vinieron dos preguntas a su mente: “¿Es este el mismo Dios a quien hace apenas unos días yo estaba maldiciendo?” “¿Cómo es que nadie me había hablado de estas cosas?” Entonces recordó que su esposa le había hablado de ese maravilloso Dios. “Luego me arrodillé, reconocí mi pecado, y acepté a Jesús como mi Señor y Salvador […]. Ese día le entregué mi carga, y él me dio su descanso” (“When God Stepped into My Life”, Signs of the Times, septiembre de 2001, pp. 10, 11).
¡Vaya intercambio! Le entregamos a Jesús nuestras cargas y él nos da su descanso. La pregunta es: ¿Iremos a él, ahora, con nuestras cargas, o lo dejaremos esperando?
Querido Jesús, en este momento acepto tu oferta: recibe mi carga de preocupaciones; dame, a cambio, tu dulce paz.
¡Muchas gracias por este alimento espiritual, me servirá para mí y compartiré con mis familiares y amigos si me lo permiten Uds. para reproducirlo! ¡Gracias1
Claro que si! Nuestro deseo es que sea compartido por doquier.
¿ No es esto maravilloso? Nosotros pecadores le entregamos al Señor Jesucristo todas nuestras cargas llenas de problemas, angustias, temores, debilidades, flaquezas, etc. y El en cambio nos regala todas sus bondades,
bendiciones, cuidados, sanidades, etc sin cobrarnos absolutamente nada.
Bendito y alabado sea el nombre del Señor.-