En plenitud de vida
“Los ancianos tienen sabiduría; la edad les ha dado entendimiento” (Job 12:12).
Tendrá aproximadamente unos 75 años, más o menos. La veo cada día pasar frente a mi casa, erguida, con paso firme y la mirada al frente. Un coqueto sombrero cubre siempre su cabeza, y camina con tanta decisión, que parece como si fuera a una misión muy importante que no puede empezar sin ella. Después de observarla pasar una y otra vez, entendí que la misión que la impulsa a esa caminata matutina es ella misma, su propia fuerza de voluntad basada en sus convicciones internas. Ninguna otra meta externa la espera; se trata de una meta interna, que ella misma se ha trazado y por la que vale la pena moverse.
Su imagen es la imagen de alguien que no ha perdido el porte majestuoso y que procura su autorrealización diaria. Verla me hace pensar que ser anciana no es el fin de nada en esta vida; al contrario, es el comienzo de muchas cosechas personales, resultado de todo lo que se ha sembrado, y rodeadas de infinitas oportunidades de crecimiento espiritual. Es cierto, las piernas de una anciana no son tan ágiles para subir escaleras como las de una mujer joven, pero su capacidad de seguir obteniendo logros y planteándose metas está en la fuerza del camino recorrido y de las experiencias adquiridas en los años vividos.
Tal vez, al leer esto, veas muy lejana esa etapa en el ciclo de tu vida. O quizá con tus años vividos apenas “roces” la edad adulta. Si este es tu caso, quiero decirte que, aunque no pienses en ella, la vejez llegará irremediablemente algún día, si es que Dios te permite seguir con vida o si no ha regresado antes.
En la Biblia leemos: “El que al viento observa, no sembrará, y el que a las nubes mira, no segará” (Ecl. 11:4, RVR 95).
Mira tu ayer y, si te das cuenta de algo que hay que corregir, hazlo hoy. Si no construyes tu bienestar hoy, difícilmente lo tendrás mañana. Dios es tu ayudador, proveedor y el sustentador de tu existencia.