Abraham, Abraham
Es, pues, la fe la certeza de lo que se espera, la convicción de lo que no se ve. Hebreos 11:1.
Se habían quedado solos. La leña estaba colocada y el joven Isaac sobre ella. Abraham, absorto de dolor y en lucha con su fe, levantó el cuchillo para asestar el golpe mortal. Cuando todo parecía inevitable, se escuchó: “¡Abraham!” El anciano patriarca estaba tan ensimismado que tuvo que repetirse su nombre: “¡Abraham!” A la segunda vez cayó en la cuenta y volvió a tomar conciencia de sí mismo. Con el más profundo sentir contestó: “Aquí estoy”.
Ese “Aquí estoy” es de una fe impresionante. Es un “Aquí estoy… aunque eres un Dios de amor y me pides que sacrifique a mi hijo”; “Aquí estoy, aunque me prometiste un pueblo y va a desaparecer toda esperanza de futuro”; “Aquí estoy ,aunque te he sido fiel durante décadas y parece que no ha servido de nada”; “Aquí estoy, aunque no entiendo nada”. Y, a pesar de todo, allí estaba, con el cuchillo en alto.
Un filósofo llamado Martin Heidegger, comprendiendo la realidad del hombre y su abandono en el mundo, propuso un concepto revelador. Le llamó Dasein; lo que significa algo así como tener una verdadera relación con nuestra transcendencia. Un ejemplo para que se entienda de forma práctica. No es lo mismo ser un estudiante de Pedagogía que ser un maestro. El estudiante estudia las teorías y las técnicas de un buen educador. El maestro tiene vocación por la enseñanza, la vive, la practica, forma parte de su ser. Existir es tener una relación intensa y un propósito.
Abraham, absorto por la fe, no es un aprendiz de hombre de Dios, es un hombre de Dios. No solo es fiel, demuestra su fidelidad. Está donde le han pedido que esté. Y esto no indica que no tuviera luchas, sino que es coherente con lo que cree y se sitúa donde tiene que estar. Y es que la fe va más allá de lo lógico, lo previsible, lo esperado. La fe convive con la irregularidad, con la incertidumbre, con lo absurdo, y las supera siempre.
La verdadera fe de un cristiano no se aparta de su existencia. Es real y aporta certezas, no porque haya evidencias sino porque hay esperanza. Es extraño, pero funciona así. Y es que, en el fondo, la Biblia nos ha enseñado que, aunque no la veamos, la solución está ahí, a nuestro lado. Abraham no veía al Ángel de Jehová, Abraham solo veía la lucha de su existencia y su fe, pero el Ángel estaba allí. Y a sus espaldas, un carnero enganchado en un zarzal.