Sin miedo al juicio
Al dictar sentencia, no hagan ninguna distinción de personas: atiendan tanto a los humildes como a los poderosos, sin tenerle miedo a nadie, porque el juicio es de Dios. Y si se les presenta algún caso difícil, pásenmelo para que yo lo atienda. Deuteronomio 1:17, DHH.
Deuteronomio, llamado también “la segunda legislación”, o “repetición de la ley”, podría ser llamado apropiadamente “Libro de memorias”. Fue escrito con el propósito de recordarles a los israelitas (y a nosotros) lo que Dios había hecho para protegerlos. No es de extrañar que sea el libro que más repite la expresión: “No tengas miedo”.
Cuán edificante sería que cada cristiano escribiera su propio libro de memorias, para plasmar cada promesa cumplida, cada oración contestada. Sería una bendición en el momento que la fe faltase, en la hora de la prueba y en momentos decisivos.
El texto de hoy exhorta a que ni las riquezas, ni el poder, ni la clase social ni las diferencias culturales, ni el nivel educativo afecten las decisiones judiciales. El día en que mi hija menor compareció ante las oficinas de Inmigración para recibir su residencia legal, pudimos ser testigos de un juicio justo. El entrevistador no le hizo ninguna pregunta sospechosa, sino que sorpresivamente le preguntó qué haría para recompensar el sacrificio de su madre. Su respuesta le cayó en gracia al jurista. Los minutos siguientes fueron sin ninguna tensión. Nuestro miedo a un juicio injusto se había desvanecido, ¡gloria a Dios!
El libro de Deuteronomio no narra una secuencia cronológica de eventos, sino que es una serie de discursos dirigidos a los israelitas por parte de Moisés hacia el final de su ministerio, tras cuatro décadas de peregrinación por el desierto. Todo el libro se desarrolla frente al río Jordán, en las llanuras de Moab, al este de Jericó. No podían moverse de ese lugar hasta no renovar el pacto realizado en el Sinaí. ¿Se deberá nuestro estancamiento en la historia profética a que no hemos renovado nuestro pacto? La razón de esta renovación frente a Canaán se debía a que la generación que había estado presente en el primer pacto del Sinaí había muerto casi en su totalidad, y los ahora ancianos eran entonces niños mientras que otros aún no habrían nacido. Muy posiblemente habían olvidado su promesa de fidelidad.
¿Tienes miedo a algún juicio? ¿Es intimidante tu situación migratoria? Renueva tu pacto con Dios, confiésale tu decisión de obediencia, y notarás que todo miedo a cualquier juicio irá desapareciendo.