Dios me recuerda
“Yo soy el Dios que se te apareció en Betel, allí donde tú consagraste la piedra y me hiciste una promesa. ¡Vamos! Levántate y vete de este lugar; regresa a la tierra donde naciste” (Génesis 31:13).
Dios nos ve, no importa dónde estemos. Nos oye, sea cual sea nuestra petición. Nos ayuda, por desafiante que sea el problema. Además, nos recuerda sus promesas y las promesas que nosotros le hicimos para así permanecer en el pacto. Todo esto ocurrió con Jacob. Dios vio cómo Labán empezó a engañarlo, así que intervino. Le dijo: “Me he dado cuenta de todo lo que Labán te ha hecho” (vers. 12). Por eso, Dios le indicó que era el momento de salir de ese lugar después de veinte años: “Regresa a la tierra de tus padres, donde están tus parientes, y yo te acompañaré” (vers. 3).
Veinte años antes, Jacob había dormido a campo abierto con una piedra como almohada. Dios le había hablado mediante el sueño de la escalera por la cual ascendían y descendían los ángeles. Cuando Jacob despertó, tomó la misma piedra y derramó aceite sobre ella, símbolo de que ese lugar quedaba consagrado a Dios, y le hizo una promesa a Dios: “Siempre te daré […] la décima parte de todo lo que tú me des” (Gén. 28:22). Jacob prometió fidelidad a Dios con el diezmo, aunque no tenía ninguna propiedad o ganancia consigo. Dios aceptó la promesa de Jacob. La disposición de Jacob demostraba que reconocía a Dios como su protector y benefactor. Tú también puedes decidir en tu corazón, desde ahora, darle a Dios el diezmo de tus ganancias. No tienes que esperar a tener dinero para entonces decidirlo.
Durante el tiempo que Jacob vivió en Padán-aram acumuló mucha riqueza. La Biblia dice: “De esa manera Jacob se hizo muy rico y llegó a tener muchas ovejas, esclavos, esclavas, camellos y asnos” (Gén. 30:43). Dios había cumplido su parte. Por veinte años lo cuidó y lo prosperó, y le permitía regresar a su tierra. Era el momento en que el patriarca sí podía cumplir su promesa y honrar a Dios con sus diezmos.
Hoy lo honramos también cuando cumplimos nuestras promesas. Mediante los diezmos y las ofrendas lo reconocemos como nuestro Creador y dueño de todo.