El reloj de mi abuela
Él les dijo: Lo que es imposible para los hombres, es posible para Dios. Lucas 18:27.
Mi abuela tenía un reloj que me llamaba mucho la atención. No era un reloj de muñeca, con sus pequeñisimas letras romanas. Tampoco era un reloj de pared, con sus formas estilizadas y un cuco saliendo de vez en cuando. Era un simple despertador de cuerda, de esos que tienen dos campanillas. Era un reloj del que me atraía muchísimo saber cómo era su mecánica interior. ¡Tantas piezas y tan bien colocadas! El abrirlo y observar qué había dentro era una terrible tentación. Y un día se dio la oportunidad. Estaba solo en casa de mi abuela… completamente solo no, allí estaba el despertador. Lo reconozco, lo hice, lo desmonté. Confiando en mi buena memoria, fui sacando pieza a pieza. No parecía tan difícil. Cuando iba aproximadamente por la mitad pensé que se me podía hacer tarde e, intentando que nadie se enterase, comencé a recolocarlas. Cuando concluí, o eso pensaba yo, me di cuenta de que sobraban algunas pequeñas ruedecillas. No tenía tiempo de volver a abrir el despertador y lo dejé tal como estaba. Eso sí, en mi mente de niño pedí al Señor que funcionara. Y funcionó. Siempre me sorprendió que lo hiciera sin aquellas piezas, y pensaba que se debía a mi oración.
Un día se paró y nunca más volvió a funcionar. Tengo pendiente explicarle a mi abuela mi travesura, pero para ello tendré que esperar a la Nueva Tierra. Aprendí varias cosas de aquella experiencia. Primero, que cuando se hace algo incorrecto se debe resolver, porque si no la culpa te acompaña siempre. Segundo, y no menos importante, pedir a Dios algo requiere madurez. Yo pedí como un iluso, pensando en la solución momentánea. Si hubiese sido un adulto, habría pedido que el Señor me diese las palabras para disculparme por mi travesura. ¿Qué es más difícil, que funcione un reloj sin algunas piezas o que enfrentemos nuestras realidades? No sé si el Señor hizo funcionar el reloj, no lo creo. Pienso que permitió que se parase porque no funcionaba como debía, y para que yo funcionara correctamente.
Dios no es una varita mágica. Por supuesto que puede hacer lo imposible, pero está mucho más interesado en que hagamos lo correcto. A veces nos desilusionamos porque, después de sacar piezas del reloj de nuestra vida, oramos por algo y la cosa no funciona como quisiéramos. Entonces cuestionamos a Dios y su capacidad de resolver problemas. ¿No sería mejor que volviésemos a abrir el reloj y colocar las piezas que faltan? Ojalá nuestros imposibles fueran sus deseos.