Prevención e higiene
“Para purificar la casa, tomará dos pajarillos, madera de cedro, tela roja e hisopo” (Levítico 14:49).
Enfermarnos es una consecuencia de vivir en un mundo de pecado, aunque la enfermedad por sí misma no es un pecado. De lo que sí podemos ser culpables es de descuidar los principios de salud; y eso puede llevar a que nos enfermemos más. Por ejemplo: cuando no dormimos las horas necesarias, cuando preferimos beber refrescos embotellados en lugar de agua, cuando no hacemos suficiente ejercicio o cuando elegimos comer cosas que no nos hacen bien; entonces, la enfermedad es la consecuencia natural de nuestras elecciones.
Dios les dio indicaciones claras a los israelitas sobre qué hacer cuando alguien se enfermaba. El sacerdote actuaba como médico. En algunas casos, la persona tenía que aislarse de su vida social y laboral por un tiempo, para recuperarse y evitar enfermar a otros. Mientras una persona estuviera enferma no podía ir al Santuario. ¡Era una buena idea seguir las indicaciones del sacerdote para recuperarse lo antes posible! Cuando nos enfermarnos, nosotros también debemos seguir las recomendaciones del médico y tomar las medicinas indicadas.
Algo muy importante para la salud de cada israelita era vestir ropa limpia y tener sus casas en muy buenas condiciones de higiene. Desobedecer en este asunto podía hacer que una plaga invadiera la ropa y a la persona (Lev. 13:47-59). La plaga podría invadir una vivienda (14:34-48). En casos extremos tenían que demoler la casa.
En su sabiduría, Dios sabe que el aseo personal, la limpieza de nuestra ropa y de nuestras viviendas, y permitir que los rayos del sol y la corriente del aire fresco circule por la casa favorecerán la salud en todo sentido.
Si a Dios le interesa hasta nuestra casa material, ¡imagina cuánto le importa que nuestro cuerpo esté sano y lleno del Espíritu Santo! ¿Estás cuidando de tu cuerpo y de tu casa? “¿Acaso no saben ustedes que son templo de Dios, y que el Espíritu de Dios vive en ustedes?” (1 Cor. 3:16).