El gobierno del hogar
“No dejes de corregir al joven” (Prov. 23:13).
El gobierno del hogar es responsabilidad de los padres; sin embargo, con cuánta frecuencia vemos hogares donde los hijos no solo se posesionan del control de la televisión, sino que también controlan los asuntos que son competencia exclusiva de sus progenitores. La madre, por ser la que más está en casa, es quien asume la mayor parte del tiempo el gobierno de la familia; por eso, querida lectora que eres madre, presta especial atención a este asunto: no son tus hijos quienes tienen que gobernar tu hogar.
Es de suma importancia que conduzcamos a nuestros hijos a Cristo. Como dice Elena de White: “Madres, en gran medida, el destino de sus hijos está en las manos de ustedes. Si no cumplen su deber, los colocarán tal vez en las filas del enemigo y los harán sus agentes para arruinar almas; pero mediante un ejemplo piadoso y una disciplina fiel pueden conducirlos a Cristo y hacerlos instrumentos en sus manos para salvar a muchas almas” (El hogar cristiano, p. 201). En este párrafo, no solo se encuentra implícito el mando; también se hace alusión a las herramientas para poder cumplirlo: 1) ejemplo piadoso y 2) disciplina fiel.
Por otro lado, la “disciplina fiel” nos habla de constancia, perseverancia y coherencia. Las mentes infantiles y juveniles son impresionadas cuando la instrucción es oportuna, flexible, respetuosa y matizada de perdón. En ningún caso dicha disciplina avasalla la individualidad ni la personalidad del hijo; se ejerce con firmeza, pero nunca a costa de la dignidad, que es un derecho que poseen todos los seres humanos por creación. Sin embargo, bajo ninguna circunstancia se les debe dar a los hijos la opción de obedecer o no; esto les da una falsa sensación de control y dominio, pero a largo plazo solo genera inseguridad personal y resentimiento hacia los padres.
Los hijos en el hogar son comparados con las flores de un jardín. Cuidémoslos con amor abnegado y pidamos que el sol de la gracia los haga crecer hasta el cielo. Y por el camino, recordemos que “su obra [la de la madre cristiana], si la cumple fielmente en Dios, quedará inmortalizada” (ibíd.).