“Por gracia sois salvos”
“Por gracia sois salvos, por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es un don de Dios” (Efesios 2:8).
Siempre que leo estas palabras de Charles R. Swindoll me quedo con una agradable sensación de paz interior al saber que mi liberación del pecado es una obra de gracia de principio a fin: “En el cielo no habrá testimonios que suenen muy espirituales ni que capten la atención hacia los logros supercolosales de alguna persona. ¡Nada de eso! Todos tendrán escrita en su vida la palabra ‘GRACIA’.
–¿Cómo llegaste aquí?
–¡Por gracia!
–¿Qué lo hizo posible?
–La gracia”.¹²⁹
No hay méritos en nosotros. Somos libres del pecado única y exclusivamente por la gracia de Dios. Existimos para enseñar a otros el milagro de gracia que Cristo ha operado en nuestra vida. Como bien dijo Elena de White: “Lo debemos todo a la gracia, gracia gratuita, gracia soberana […]. En el Salvador, la gracia efectuó nuestra redención, nuestra regeneración y nuestra adopción” (Dios nos cuida, p. 226).
No importa cuánto nos esforcemos para liberarnos del pecado, todo lo que hagamos por nuestra propia cuenta, lo único que hará será profundizar nuestra servidumbre. La redención del pecado es un proceso que se inicia fuera de nosotros. Es otro el que tiene que redimirnos. Basado en su sacrificio sustitutivo, cuando Cristo derramó su sangre en la cruz obtuvo el derecho de reclamar nuestra liberación. Ahora podemos decir que “tenemos redención por medio de su sangre” (Efe. 1:7, RVA-2015), que recibimos la justificación “gratuitamente por su gracia, mediante la redención que es en Cristo Jesús” (Rom. 3:24). “Por gracia sois salvos, por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es un don de Dios” (Efe. 2:8). ¡Dios nos regaló la liberación!
En Cristo “tenemos redención por su sangre, el perdón de los pecados” (Col. 1:14). Resulta oportuno que para Pablo esta redención o perdón de pecados equivale a ser librado del “poder de las tinieblas” (Col. 1:13). Cuando Dios salva, también libera. Y esta obra de liberación nos alcanza a todos. Por lo tanto, en lugar de vivir aferrados al concepto de que tenemos que hacer algo para salvarnos, disfrutemos de esta gran verdad:
Cristo ya hizo todo lo necesario para nuestra salvación. Ahora nuestra parte consiste en creerlo y en permanecer “firmes en la libertad con que Cristo nos hizo libres” (Gál. 5:1).
129 Charles R. Swindoll, El despertar de la gracia (Nashville, Tennessee: Editorial Caribe, 1990), p. 35.