El Espíritu de Dios
“Entonces el espíritu del Señor se apoderará de ti, y caerás en trance como ellos, y te transformarás en otro hombre” (1 Samuel 10:6).
El recuerdo de Saúl sería otro si hubiera terminado su reinado como lo comenzó. Samuel le indicó tres pruebas de que él era el elegido para ser el primer rey de Israel. La primera evidencia demuestra que Dios puede resolver nuestros problemas, ya sean sencillos o complicados; la segunda prueba destaca que Dios puede satisfacer nuestras necesidades; por último, Dios le daría como evidencia al Espíritu Santo en su vida.
Un día Saúl salió de su casa con la intención de encontrar unas asnas de su padre. Después de varios días de búsqueda sin éxito, Saúl se encontró con el profeta Samuel. Él lo ungió con aceite como el hombre elegido por Dios para reinar, y le aseguró que en su camino de regreso le dirían que las asnas ya habían sido encontradas. Dios quiere recordarte que él puede resolver tus problemas.
La segunda prueba: Samuel le aseguró a Saúl que en su camino de regreso le darían comida, y así ocurrió. Dios nos recuerda que él es nuestro sustentador. Él provee por nuestras necesidades y se interesa por sus hijos.
Por último, Samuel le anticipó a Saúl que se convertiría en un profeta. Esto debió sorprenderle. Todo parece indicar que hasta entonces Saúl no había demostrado alguna inclinación espiritual. Él recibió el Espíritu Santo con dos propósitos: profetizar y liberar. El Espíritu lo llenó de valor para aceptar el desafío de reinar y para seguir con la liberación de Israel de sus enemigos. El Santo Espíritu lo transformó para bien, y puede transformarte a ti también.
Saúl comenzó bien, pero terminó mal. Empezó a gobernar bajo el poder que le dio el Espíritu, pero terminó dependiendo de sus propias estrategias sin tomar en cuenta al Señor. En la vida cristiana, no importa cuán bien hayamos empezado, sino que cada día dependamos del Señor. El apóstol Pablo escribió: “Por tanto, de la manera que habéis recibido al Señor Jesucristo, andad en él” (Col. 2:6).