“No volverá a mí vacía”
“Mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero y será prosperada en aquello para lo cual la envié” (Isaías 55:11).
Una de las citas bíblicas más conocidas dice: “Porque como desciende de los cielos la lluvia y la nieve, y no vuelve allá, sino que riega la tierra y la hace germinar y producir, y da semilla al que siembra y pan al que come, así será mi palabra que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará lo que yo quiero” (Isa. 55:10, 11). Hay poder en la Palabra de Dios, no importa quién sea el mensajero que la predique. Veamos un buen ejemplo del cumplimiento de esta promesa…
Buscando refugio de la tormenta que había paralizado la ciudad, un joven entró desesperado a una iglesia mientras el pastor asistente impartía el mensaje. Sin mucha elocuencia ni preparación, el predicador comenzó a disertar sobre Isaías 45:22: “¡Miren a mí y sean salvos, todos los confines de la tierra! Porque yo soy Dios, y no hay otro” (RVA-2015). Una y otra vez repetía la frase y agregaba: “Un niño puede mirar”. “No es necesario ir a la universidad para mirar”. “¡Cualquiera puede mirar!”
En una de esas posó su mirada sobre el joven que huía de la tormenta y le dijo: “Joven, pareces miserable. Joven, ¡mira a Jesucristo!” Ese muchacho había estado viviendo alocadamente; la tormenta no solo azotaba la ciudad, también había abatido su alma callejera. Aunque había sido criado en el seno de una familia cristiana, este joven había dedicado su vida a llenarse de lo que no satisface. Pero esa noche la palabra divina ardió en su corazón y aquel mensaje no quedó en el vacío, sino que llenó su corazón. Esa noche Charles Spurgeon, el célebre predicador del siglo XVIII, miró a Jesús y fue salvo.
Abramos las Escrituras, dejemos que nos hablen, nos toquen y nos transformen. Dios le ha dado a su Palabra un poder único: si la leemos, si la escuchamos, si la vivimos… nada será igual en nosotros, todo cambiará para bien.
No importa lo mal que lea el predicador ni lo pequeño que sea el pasaje; un solo texto bíblico puede hacer que nos topemos con la mirada del Salvador, cuyo único objetivo es salvarnos.