El sermón de la tormenta
Y él les respondió: Soy hebreo, y temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo el mar y la tierra. Jonás 1:9.
Para evitar su misión, Jonás huyó de la presencia de Jehová (Jon. 1:3). De modo que se dirigió en dirección opuesta, a Tarsis. Aunque Jonás escapó de él, Dios no lo rechazó ni lo abandonó. Estaba presente en la nave en la cual Jonás se embarcó.
Supersticiosos como eran, los marineros que iban en la misma embarcación creyeron que la tormenta que se desató en alta mar era evidencia de que los dioses estaban enojados, y decidieron echar suertes para encontrar al culpable. Dios intervino para mostrar a Jonás que no se puede huir de su presencia. Tampoco la tormenta era por el “enojo de los dioses”, sino por el amor redentor del Dios de Jonás.
Los marineros preguntaron a Jonás para asegurarse de su culpabilidad: ¿Por qué nos ha sobrevenido este mal? ¿De dónde vienes? ¿A qué te dedicas? ¿Cuál es tu país? ¿De qué pueblo eres? (Jon. 1:8, 9). Jonás permaneció en silencio, ignoró sus preguntas y respondió solo sobre su trasfondo cultural: “Soy hebreo”, y añadió: “Temo a Dios”. Era una respuesta hebrea que implicaba la idea de adorar y servir a un solo Dios.
Jonás se había negado a predicar a los gentiles ninivitas, pero forzosamente predicó a los tripulantes de la nave. Los hombres fueron impresionados por el poder del Dios de Jonás, no tanto por la predicación sino por el poder manifestado en la naturaleza. No esperes a que lleguen circunstancias que te hagan sentirte forzada a dar a conocer a qué Dios perteneces, a qué Dios adoras y sirves.
Jonás presentó a Dios como el Creador del cielo y la tierra, una confesión que hizo aterrorizar a los marineros frente al peligro de morir. Mantente lista para dar fe del gran Dios creador que tiene el control sobre las leyes naturales cuando te cuestionen acerca de los diferentes desastres de la naturaleza que experimenta este planeta.
El descenso espiritual de Jonás fue ejemplificado con su descenso físico: Jonás “descendió a Jope” (Jon. 1:3), luego descendió al barco, y de allí descendió a la parte más profunda de la nave (Jon. 1:5); más tarde descendió al fondo del mar (Jon. 1:12), y al final, descendió al interior de un gran pez. No hay lugar tan bajo en que caigas que Dios no pueda rescatarte.
Aunque huir de Dios nunca es una buena idea, él es experto en segundas oportunidades. Clama y él te encontrará.