Jesús, el cariñoso
Y tomándolos en los brazos, ponía las manos sobre ellos y los bendecía. Marcos 10:16.
¿Por qué nos atrae tanto un oso panda? ¿Por qué en los anuncios de publicidad emplean cachorros de animales? ¿Por qué Disney cambió el aspecto de Mickey y le hizo la cabeza y los ojos más grandes? La razón se denomina neotenia. Te lo voy a explicar. Cuanto más se parezca algo a un bebé más ternura despertará en nosotros. Un oso panda nos atrae porque parece un osezno, aunque sea adulto. Los anuncios de publicidad emplean cachorros porque nos resultan tan tiernos que pensamos en la delicadeza de los productos. Mickey dejó su aspecto travieso por uno más infantil, porque se esperaba algo más acorde con aquellos que veían los dibujos animados. Lo normal es que las personas, ante un bebé, tengan el sentimiento de protección. Eso los lleva a ser delicados, amables y cuidadosos. Hasta el hombre más rudo se transforma cuando toma en brazos a su nieto. Nada hay más convincente que los enormes ojazos de un niño acompañados por una enorme sonrisa. Nada más intenso que un roce en nuestra cara de esos diminutos deditos.
Por eso, no entiendo lo de los discípulos cuando le llevaban los niños a Jesús para que los tocara. ¿Cómo se podían oponer a eso? No es natural. He visto ese comportamiento en algunas ocasiones. Hay quien piensa que la iglesia es un espacio solo de adultos y pretende que los niños acudan a ella de la forma más ajena a la de la presencia: en total silencio y absoluta quietud. Entiendo que esas dos cualidades son más propias de vegetales que de niños. También están los del otro extremo, los que abandonan a los niños a su errático azar y sucede lo inverso: ruido desmesurado e histeria en movimiento. Ni lo uno ni lo otro. Más simpatía y menos adustez. Más afecto y menos distancias. Más atención y menos descontrol. Más familia y menos extracurriculares (perdón, ese es otro tema).
El Dios que puso en nosotros la reacción ante la neotenia es aquel Jesús al que le encantaba abrazar niños. Esos poderosos bíceps de carpintero se hacían delicadeza cuando los alzaba para ver de cerca sus ojazos.
Esas manos que sanaban y hacían milagros, acariciaban los cabellos, lisos o ensortijados, de los más diminutos. Y los bendecía con susurros y bisbiseos, besándolos como los que quieren. Y a los niños les gustaba y permanecían a su lado por su simpatía, su afecto, su mirada atenta, y porque se sentían como en casa. Y no me extraña que de ese joven rabí dijeran que era cariñoso.