Aunque
Aunque la higuera no florezca ni haya frutos en las vides; aunque falle la cosecha del olivo y los campos no produzcan alimentos aunque en el redil no haya ovejas ni vaca alguna en los establos; aun así, yo me regocijaré en el Señor. ¡Me alegraré en el Dios de mi salvación! El Señor y Dios es mi fuerza; da a mis pies la ligereza de una gacela y me hace caminar por las alturas. Habacuc 3:17, 18.
El texto que encabeza esta reflexión es uno de los más sorprendentes y estimulantes de la Biblia. Es sorprendente, porque se aleja de la tendencia natural de muchos creyentes a relacionarse con Dios para tener sus bendiciones. La Teología de la Prosperidad se ha integrado en muchas iglesias, y aparentemente, parece tener un fuerte apoyo social. Dicha teología identifica fidelidad con éxito económico. Si haces lo que Dios te pide, serás bendecido. Pero ¿qué pasa cuando eres fiel y te va mal en la vida? Pues bien, este versículo de Habacuc separa relación con el Señor de beneficios materiales. Es estimulante, además, porque se nos presenta una actitud sumamente beneficiosa: ser agente de alegría. Pase lo que pase, el autor inspirado propone alegrarse en Jehová, tener enorme felicidad porque Dios nos salva. Y esa es la verdadera visión de dónde reside la bendición divina. Habacuc pone el énfasis en la redención porque es lo único que propicia beneficios eternos como la vida, el amor o la salud.
¿Qué es lo que te impide alegrarte en el Señor? ¿La insuficiencia económica? ¿Los problemas familiares? ¿La enfermedad que padeces? Y, debieras preguntarte, ¿qué es lo peor que te puede pasar? Pues, aunque suceda eso, Dios seguirá a tu lado, te cuidará, te resguardará. ¿No es como para tener gozo? Con relación a la alegría del creyente en Dios, dice Antonio Bravo Tisner en Meditaciones sobre la alegría cristiana: “Dios creó al hombre para la alegría y la felicidad, no para el dolor y la tristeza. Nos creó para la comunión con él, fuente de vida y gozo. La alegría del espíritu arranca de aquí. El anhelo de felicidad, presente tanto en el niño como en el anciano, es un presentimiento de que nuestro corazón está hecho para Dios. Él nos creó para la alianza de amor, para la comunicación y la felicidad sin ocaso. Por ello, la alegría cristiana no se opone a las verdaderas alegrías de nuestro mundo, sino que les da su fundamento y sentido. El dolor y la tristeza no proceden de Dios, sino de la rebeldía del hombre”. Sea como sea, estamos destinados a ser alegres.
Te hago una propuesta, coloca un “aunque” en tu vida. Pase lo que pase, confía en Dios y alégrate en él.