La Fiesta Mayor del universo
A todo lo creado que está en el cielo, sobre la tierra, debajo de la tierra y en el mar, y a todas las cosas que hay en ellos, oí decir: Al que está sentado en el trono y al Cordero, sea la alabanza, la honra, la gloria y el poder, por los siglos de los siglos. Apocalipsis 5:13.
El mundo celebra multitud de fiestas mayores. Algunas tienen que ver con asuntos de calendario (el Songkra, o año nuevo tailandés), o con asuntos de ropa (los carnavales), o con quemar cosas (las Fallas), o con tirárselas (la Tomatina de Buñol). En el Israel bíblico, la fiesta mayor era la Pascua. Simbolizaba el sacrificio del Mesías en la imagen de un cordero. El Mesías vino, fue sacrificado, y la mayoría de los judíos no percibieron su inmensa relevancia. Se perdieron, por estar en otras cosas, lo mejor de la fiesta: la victoria sobre el mal.
¿Te imaginas la Fiesta Mayor del Universo? Nosotros apenas si podemos intuirla, pero habrá mucho que celebrar. Algún día, sin embargo, lo comprenderemos plenamente y la disfrutaremos al máximo. Dice Elena de White: “Nunca olvidarán que el Ser cuyo poder creó los innumerables mundos y los sostiene a través de la inmensidad del espacio –el Amado de Dios, la Majestad del cielo, a quien los querubines y los serafines resplandecientes se deleitan en adorar– se humilló para levantar al hombre caído; [nunca olvidarán] que llevó la culpa y la vergüenza del pecado, y sintió el ocultamiento del rostro de su Padre, hasta que la maldición de un mundo perdido quebrantó su corazón y le arrancó la vida en la cruz del Calvario. Que el Hacedor de todos los mundos, el Árbitro de todos los destinos, dejase su gloria y se humillase por amor al hombre despertará eternamente la admiración y la adoración del universo. Cuando las naciones de los salvos miren a su Redentor y contemplen la gloria eterna del Padre brillar en su rostro; cuando contemplen su Trono, que es desde la eternidad hasta la eternidad, y sepan que su reino no tendrá fin, prorrumpirán en un cántico de júbilo: ‘¡Digno, digno es el Cordero que fue inmolado, y nos ha redimido para Dios con su propia preciosísima sangre!’ ” (El conflicto de los siglos pp. 709, 710). Son palabras que sentíamos en nuestro corazón pero que, al leerlas, sabemos que son realidad. Imagina cuando las vivamos desde la eternidad. ¡Qué espectáculo!
Ya no queda tanto tiempo, un poco más y podrás vivirlo. No es una ilusión, porque Dios siempre acude a las fiestas de nuestra vida. Es la esperanza, la verdadera esperanza.