Caducidad necesaria
Delante de las canas te levantarás y honrarás el rostro del anciano. De tu Dios tendrás temor. Yo, Jehová. Levítico 19:22.
Vivimos un tiempo de caducidad programada. Los especialistas en ventas la llaman “obsolescencia planificada”, y quiere decir que preparan ciertos productos de tal forma que, en cierto tiempo, no se puedan seguir usando porque dejen de funcionar o porque se queden sin suministros para que sigan funcionando. Esa estrategia nos obliga a actualizar constantemente mucha de nuestra tecnología, de nuestra manera de ir a la moda o, incluso, de tener información. Nadie quiere parecer desfasado y nos sometemos a constantes variaciones.
Esa manera de comprender la vida nos lleva a cambiar periódicamente de automóvil, a redecorar la casa, a renovar el vestuario, a realizar cursos que nos reciclen profesionalmente, a conocer el último libro del ranking. Lo anterior queda caduco, desactualizado, fuera de interés. Tal cosmovisión también afecta a las personas. Nos resulta curioso cuando alguien no sabe usar un teléfono móvil o una tableta, cuando no maneja un ordenador o no emplea algunas palabras de tendencia en inglés. No decimos nada pero, inconscientemente, nos parecen desactualizados y, en muchas ocasiones, algo caducos. Si, además, coincide que esas personas son de edad avanzada, de otro siglo o de otros recuerdos, es fácil la sonrisa condescendiente o la broma sobre el pasado. Parece que no necesitemos a los ancianos, que sus canas nos parezcan obsolescencia, que las arrugas de su rostro nos resulten incómodas.
Y sí, necesitamos de los ancianos porque conocen la vida como nadie. La vida no es tecnología, ni moda ni información de última hora. La vida se construye de sentimientos, de contrastes, de experiencias, de memorias perdonadas y de memorias mantenidas. La vida, con sus éxitos y errores, hace persona, y esa colección de saberes es muy valiosa. Cualquiera puede usar un gadget, pero no cualquiera puede dar un consejo desde la realidad de los años. Por eso, Dios pide respeto por los ancianos, por la gente que peina canas y comprensiones, por las personas de rostros arrugados y miradas serenas. Es curioso que, si aprendemos a respetar a la gente de mayor edad, de forma natural aprenderemos a respetar a Dios. ¿Por qué? Es fácil de entender, no desechar a nadie es comprender qué somos y qué hacemos en este mundo.
Nuestra misión es amar sin importarnos la condición o la edad. Nuestra naturaleza es la de criaturas de Dios. Todos criaturas, todos necesarios, todos de Dios.