Alabanza a la mujer ejemplar: todos los suyos andan bien abrigados
“Mujer virtuosa, ¿quién la hallará? […] No teme por su familia cuando nieva, porque toda su familia va vestida de ropas abrigadas. Ella se teje los tapices, y de lino fino y de púrpura es su vestido” (Prov. 31:10, 21, 22, RVR 95).
Pasar verdaderamente frío es devastador. Quien lo ha experimentado sabe que es una experiencia aterradora; sin embargo, sentir fría el alma es sencillamente mortal.
Ella tenía aproximadamente trece años y estaba sentada junto a su madre, frente a mí, con los hombros caídos y la mirada triste. Con un leve temblor en la barbilla, me expresó la más inmensa de sus congojas: “Mi madre no me quiere”. Le pedí permiso para tomar sus manos y mi petición fue aceptada casi como un ruego. Entendí que aquella joven necesitaba el calor y el abrigo de su madre. Yo solo era, en ese momento, un sustituto pasajero e incompleto.
Debemos vestir a nuestra familia de ropas dobles, no solo para protegernos del frío invierno; también para abrigar el corazón. La calidez de una madre nunca podrá ser sustituida por ninguna otra cosa en el mundo. Con empatía, misericordia, bondad, comprensión, caricias y elogios, se confeccionan las prendas con las que se cubre el frío emocional.
Vivir en un ambiente carente de calidez humana a medio y largo plazo dejará ver sus consecuencias. Personalidades resentidas, egoístas, con espíritu de venganza y amargura serán la forma enfermiza de satisfacer el rechazo que padecieron durante los años tempranos de la vida. A su vez, es frecuente ver niños y jóvenes contentos y productivos en sus hogares, aunque con pocos estímulos materiales pero con madres amorosas y generosas que crean un clima de confianza, bienestar y seguridad.
Crear calor de hogar es tu tarea para este día; no solo en tu familia, sino también en cualquier entorno donde te desenvuelvas. Para lograrlo, es necesario que te dejes “arropar” por la gracia de Dios.