Dios nos enriquece
“Ya conocéis la gracia de nuestro Señor Jesucristo, que por amor a vosotros se hizo pobre siendo rico, para que vosotros con su pobreza fuerais enriquecidos” (2 Corintios 8:9).
Si la muerte de Cristo fue un acto supremo de gracia que nos induce a ser agradecidos todos los días, exactamente lo mismo fue su vida en esta Tierra. Desde el pesebre hasta el Calvario, la vida de Cristo fue un acto de continua y suprema gracia, que tuvo como único propósito enriquecernos con sus bendiciones. Él, teniéndolo todo en el Cielo y siendo el Señor del universo, “se hizo pobre”, es decir, lo dejó todo, se humilló, se volvió uno con los más necesitados, y sirvió a aquellos que con frecuencia son pasados por alto. No hay un solo incidente en la vida de Cristo que pueda hacernos pensar que buscó para sí la comodidad, pasarla bien o su propio bienestar.
La vida de Jesús muestra que se olvidó de sí mismo para beneficiar a otros. Su trabajo era hacer las obras del que lo envió; su comida era hacer la voluntad de su Padre; para él, su madre y sus hermanos eran todos los que necesitaran de Dios. No se dedicó a dormir, no se preocupó por la comida, no estaba afanado por su vestimenta, ni siquiera tenía dónde recostar la cabeza. Viajó con frecuencia, habló constantemente, sanó a muchas personas y predicó a multitudes, y su único interés era ayudar y salvar a los perdidos. ¡Nadie más ha vivido así!
Jesús nunca rechazó a nadie por tener alguna enfermedad contagiosa, por estar endemoniado o por ser marginado socialmente. No condenó a nadie, ni aun cuando le fuera evidente su pecado. Nunca estuvo tan ocupado que no pudiera bendecir a los que iban a él. Recibió a niños, maestros de la ley, mujeres, hombres, ricos y pobres. Habló con reyes, gobernadores, militares y religiosos, y a todos sin excepción les mostró el camino hacia el Reino de los cielos. Abrió las puertas de la gracia para los publicanos, las rameras y los extranjeros. Nunca fue indolente con el que sufría ni permitió que en su presencia Satanás humillara a ningún hijo de Dios. Y aunque conoció la traición, la negación, la tortura y el odio contra él, lo que dio a cambio fue perdón y amor. Su último acto fue morir por todos nosotros. ¿De qué otra manera podría terminar la vida de quien había nacido para salvar y quitar el pecado del mundo?
Jesús te enriqueció y te enriquece cada día, ¿qué harás tú con esa riqueza?