El Dios de la salvación
“En ningún otro hay salvación, porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos” (Hechos 4:12).
En Isaías 43:11 leemos: “Yo, yo soy el Señor, y fuera de mí no hay quien salve”. Una vez más nos encontramos frente a un momento de autorrevelación de parte de nuestro Dios. En esta ocasión, Dios nos dice de sí mismo que él es nuestro Salvador; y no solo eso, sino que fuera de él no hay nadie, absolutamente nadie, que pueda salvarnos.
El hecho de que Dios mismo se proclamara nuestro Salvador deja en claro que estamos perdidos y condenados sin él. Hay personas que se burlan del cristianismo y de los cristianos diciendo que la religión es como una muleta para los tontos sin cerebro; pero no te dejes confundir: una muleta no tiene nada de malo si la necesitas. Pregúntale a una persona que tiene problemas para caminar cuán importante es en su vida una muleta. Igualmente nosotros, que somos “cojos” espiritualmente hablando, seres humanos perdidos y condenados por el pecado, necesitamos ayuda, apoyo y fuerza.
Doy gracias a Dios porque él es nuestro Salvador, nuestra “muleta”, por así decirlo. Nunca te avergüences de reconocer que eres lo que eres por la gracia salvadora de Dios, y que te espera el futuro que te espera porque tienes toda tu confianza puesta en él. Los que se burlan, simplemente no se han dado cuenta de que también necesitan la “muleta” divina para apoyarse en la vida y caminar seguros. La buena noticia es que esa muleta alcanza para todos y tiene la resistencia para cargar todo pecado, todo dolor, todo problema y todo sufrimiento de la humanidad.
Entender que Dios es nuestro Salvador es entender que es nuestra única vía de escape. Sin Dios no hay futuro. Fuera de él no hay quien salve. No estamos en condiciones de refutarlo, desobedecerlo o pensar que tenemos un plan mejor que el suyo. Él es el Salvador y no nosotros; él es quien sabe cómo sucederán las cosas que deben suceder.
Cuanto más conocemos a Dios, más entendemos hasta qué punto dependemos de él. ¿Qué sería de nosotros si nuestro Dios no pudiera salvarnos? Aprendamos a mirar a la Cruz del Calvario como el lugar donde Dios se hizo nuestro Salvador.