Un Dios que sabe oírte
“La mano del Señor no se acortó para salvar, ni se agravó su oído para oír” (Isaías 59:1).
Me encontré con un miembro de mi iglesia que hacía tiempo no asistía a las reuniones.
–Hermano, ¿cómo está? He notado que no se congrega con nosotros –comencé la conversación para poder ayudarlo en cualquiera que fuera la causa de su desconexión.
–Me vi obligado a aceptar un empleo que me exigía trabajar algunos sábados –explicó finalmente–. Hice lo indecible para no llegar a violar el día de reposo bíblico, pero de nada sirvió. Mi familia y yo le pedimos a Dios en oración que nos diera otra salida, y en lugar de ver una respuesta positiva, las cosas fueron empeorando. ¿Sabe qué, pastor? He llegado a pensar que Dios ya no oye mis oraciones y por eso no ha podido ayudarme.
Lo que vivió este hombre no es una experiencia aislada entre los creyentes y, de hecho, podemos verla reflejada incluso en tiempos bíblicos. El pueblo de Israel, que había hecho un pacto por medio del cual se había comprometido a obedecer las instrucciones de Dios, había llegado a un punto de descomposición social y descalabro espiritual tan alarmantes, que llegaron a sugerir que sus problemas se debían a que Dios los había abandonado. Fue entonces cuando el profeta hizo esta declaración: “La mano del Señor no se acortó para salvar, ni se agravó su oído para oír” (Isa. 59:1). Esto no solo era una reprensión, sino también un lindo retrato del inagotable poder de Dios y de su eterno amor por los suyos. El Señor nunca deja de escucharnos con atención para poder extender su mano a favor de nuestra salvación.
Isaías nos recuerda que Dios es el Dios de la salvación, que está siempre atento a las oraciones de sus hijos. Nada que ocurra en nuestra vida debe ser entendido como señal de que Dios se ha alejado. Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Si las cosas no están yendo bien, si las circunstancias no nos favorecen, lo peor que podemos hacer es olvidarnos de la manera tierna, generosa y segura en que Dios ha guiado nuestras vidas. Él es la fuente de nuestras bendiciones, y él es también la solución a nuestros problemas.
Pase lo que pase, nunca olvides que Dios es poderoso para salvar a los que con fe se acercan a él. Y que no se pronuncia una palabra ni se emite un susurro que no sean escuchados y contestados por él.