Dios aborrece la calumnia
“No andarás de calumniador entre tu pueblo; no harás nada contra la vida de tu prójimo; yo soy el Señor” (Levítico 19:16, LBLA).
La comunicación verbal es vital para conocernos, entendernos, ayudarnos, corregirnos y mantenernos unidos; es necesario, entonces, que tomemos conciencia de la importancia de ser responsables con las palabras que usamos.
La Biblia dice que todos cometemos errores al hablar, porque nadie ha podido dominar su lengua (lee Sant. 3:2, 7, 8). No hay nadie que no haya usado mal su lengua alguna vez, criticando injustamente, juzgando sin motivo, calumniando a alguien, desanimando en vez de animando, insultando para herir, manipulando para salirse con la suya, comparando, quejándose, discriminando…. Pero una lengua descontrolada es señal inequívoca de una vida espiritual desordenada. “Con la lengua, lo mismo bendecimos al que es Señor y Padre, que maldecimos a los hombres creados por Dios a su propia imagen. De la misma boca salen bendiciones y maldiciones. […] De un mismo manantial no puede brotar a la vez agua dulce y agua amarga” (Sant. 3:9-12, RV 95). Santiago no puede entender esto, por lo que tan solo exclama: “Hermanos míos, esto no debe ser así” (Sant. 3:10, RVR 95).
Dios rechaza la calumnia. La Biblia deja en claro que Dios aborrece la lengua mentirosa (Prov. 6:17). Tal vez la siguiente historia, que algunos atribuyen a Sócrates, pueda ayudarnos a mejorar en este aspecto tan importante de la vida cristiana. Un día, un conocido se encontró con el filósofo y le dijo: “¿Sabes lo que escuché acerca de tu amigo?” “Espera”, replicó Sócrates, “antes de decírmelo, quisiera que lo pasaras por el examen del triple filtro”. “¿Qué triple filtro?”. “El primer filtro es la verdad. ¿Estás absolutamente seguro de que lo que vas a decirme es verdad?” “No”, dijo el hombre, “solo lo escuché”. “El segundo filtro es el de la bondad. Lo que vas a decirme, ¿es bueno?” “No, al contrario”. “Entonces, deseas decirme algo malo sobre él, sin estar seguro de si es verdad. El tercer filtro es el de la utilidad. ¿Me servirá de algo saber lo que vas a decirme?” “No”. “Si lo que deseas decirme no te consta que es verdad, no es bueno ni me será útil, ¿para qué querrías contármelo?”, concluyó Sócrates.
Pidamos a Dios que limpie la fuente de nuestro corazón para que nuestro hablar refleje las profundidades de una cosmovisión limpia y pura, por su gracia. Porque “el hombre bueno del buen tesoro del corazón saca buenas cosas, y el hombre malo del mal tesoro saca malas cosas” (Mat. 12:35).