Hace falta más que biología
“La verdadera religión es el ejercicio de la compasión, la misericordia y el amor”. Elena de White
En una ocasión, una mujer le contó al renombrado autor Daniel Goleman una experiencia que acababa de vivir. Hacía poco tiempo que había fallecido su hermana, cuando esta mujer recibió la llamada telefónica de un amigo cuya hermana también había fallecido. El hombre le dio el pésame y ella, conmovida por aquel gesto, le abrió su corazón, contándole los detalles de la larga enfermedad por la que había atravesado su hermana antes de morir. De pronto, mientras contaba cosas tan privadas, profundas y dolorosas, se percató de un sonido al otro lado de la línea: las teclas de una computadora siendo presionadas a gran velocidad. Inmediatamente, al darse cuenta de que el amigo estaba haciendo dos cosas a la vez, la mujer fue vaciando de contenido sus comentarios hasta que la conversación se volvió superficial y se fue apagando por completo. Poco después, colgaron.207
Parece obvio que el simple hecho de que en nuestro cerebro haya unas neuronas espejo que nos impulsan a contagiarnos de las emociones que experimentan los demás no es suficiente base para la compasión. Saber racionalmente que otra persona se siente mal no basta para garantizar una acción compasiva, misericordiosa y amorosa de nuestra parte. Con echar un vistazo a nuestro mundo nos damos cuenta de que falta un ingrediente más, pues la compasión, la misericordia y el amor brillan por su ausencia. Si bien las neuronas espejo son la base de la empatía, ese recurso biológico de nuestros cerebros no es suficiente para hacer justicia y amar la misericordia (ver Miq. 6:8). Hace falta compromiso cristiano; hace falta una conciencia relacional basada en la fe y el amor.
El paso que va de llamar a alguien que sufre porque sentimos que es lo correcto, a interesarnos de verdad por ese alguien, requiere el concepto previo de que Dios nos ha creado a todos y nos llama a ser luz, salvación y apoyo a la humanidad que sufre. Es solo así como, además de sentir de manera intuitiva y refleja lo que otro siente (neuronas espejo), podemos responder compasivamente (compromiso cristiano). Esa suma de neuronas espejo más compromiso cristiano es lo que nos predispone hacia la bondad ejercida de una manera coherente, no para acallar culpas internas o para sentirnos mejor por ayudar a alguien, sino porque es nuestra misión, nuestro llamado.
Una empatía real basada en principios bíblicos sólidos es una compañera perfecta para toda mujer cristiana.
“Si te das a ti mismo en servicio del hambriento, si ayudas al afligido en su necesidad, tu luz brillará en la oscuridad, tus sombras se convertirán en luz de mediodía” (Isa. 58:10).
207 Daniel Goleman, Inteligencia social, cap. 7.