Miércoles 25 de Agosto 2021 | Matutina para Mujeres | Un espíritu pacificador

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Un espíritu pacificador

“No se inquieten por nada; más bien, en toda ocasión, con oración y ruego, presenten sus peticiones a Dios y denle gracias. Y la paz de Dios, que sobrepasa todo entendimiento, cuidará sus corazones y sus pensamientos en Cristo Jesús” (Fil. 4:6, 7, NVI).

La maestra preguntó a los niños:

–¿Qué hacen sus mamás cuando están en casa?

Clarita levantó la mano y, con voz segura, respondió: 

–¡Mi mamá grita, grita y grita! 

Nuestros hijos nos observan.

En medio de platos sucios, ropa que lavar, comida por preparar e hijos para atender, es a veces difícil para una madre mantener un espíritu apacible, que genere paz. Atender el hogar demanda una multipli­cidad de tareas, que en ocasiones provoca irritabilidad, impaciencia y can­sancio físico y emocional. Ese sentirse exhausta impide a veces tener la paciencia suficiente. 

¿Cómo cultivar serenidad y buen ánimo cuando la tarea es mucha y la ayuda es poca? Si considero que las faenas que hago en el hogar son de poco valor y pienso que lo que hago no tiene trascendencia, es posible que mi mente se programe para actuar egoísta e irreflexivamente. Por eso debo saber valo­rar la trascendencia de lo que hago, en su justa medida.

¿Qué espera Dios de ti en este sentido? ¿Espera quizá que te muestres es­toica hasta caer bajo el peso de tu propia frustración y agotamiento? ¡Por supuesto que no! Él espera que te cuides a ti misma, pues esa es la primera con­dición para que puedas cuidar de tu hogar; si tú estás mal, tu familia está mal. ¿Cómo se logra esto? Comienza apreciando lo que haces y lo que eres; es la mejor garantía para que puedas disfrutar lo que viene más adelante sin culpas ni remordimientos. Continúa permitiéndote un buen descanso dia­rio; ese es tu privilegio y tu derecho; pídelo con cariño, delegando tareas en los miembros de tu familia, incluyendo a los niños. Y nunca pierdas de vista el poder celestial.

Dios está a tu mano derecha; solo espera que extiendas la tuya y le pidas que te acompañe. La afabilidad, el trato agradable, así como la calma en el cum­plimiento de las funciones dentro del hogar y con la familia, son frutos cul­tivables. En medio del ajetreo de las actividades, haz un espacio para quedar en sosiego, respirar profundo y buscar a Dios. No pienses que tu vida es un pesado lastre que no mereces; vívela desde el privilegio y la dependen­cia de Dios.

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