El discurso de Carlos
«Les escribo estas cosas para que no pequen. Si alguno ha pecado, tenemos un abogado ante el Padre, a Jesucristo el justo» (1 Juan 2: 1, RVC).
Hace unos años, la revista Selecciones en inglés publicó una historia titulada «El abogado de Carlos». Esta historia relataba la experiencia de un recluso en un instituto penal cuyo caso estaba siendo revisado por la Comisión de Indultos Condicionales. Carlos había preparado un discurso con la esperanza de convencer a los miembros de la comisión de que merecía ser liberado. Practicaba su discurso en cada oportunidad que se le presentaba, frente a los otros reclusos.
Sin embargo, cuando finalmente tuvo que comparecer ante la comisión, Carlos se vio abrumado por la emoción y no pudo articular palabra alguna. En ese momento, Carlos pensó que había perdido su caso. Pero en un giro sorprendente, otro recluso que también debía presentarse ante la comisión y había escuchado el discurso de Carlos en innumerables ocasiones, lo presentó por él. Conocía el discurso de memoria y se convirtió en su abogado. La junta quedó impresionada por la presentación apasionada y bien articulada del discurso, y como resultado, concedieron a Carlos la libertad condicional.
Como lo sugiere nuestro versículo de hoy, los discursos laudatorios pronunciados por nosotros mismos son de naturaleza egoísta y por lo tanto se los escucha con suspicacia. En cambio, un discurso hecho en nuestro favor por alguna otra persona es más imparcial y, por ende, se considera más fiable.
En la parábola del fariseo y el publicano, el fariseo aprovecha el momento de la oración para enfatizar sus virtudes. «Oh Dios, te doy gracias porque no soy como los demás, que son ladrones, malvados y adúlteros, ni como ese cobrador de impuestos. Yo ayuno dos veces a la semana y te doy la décima parte de todo lo que gano» (Lucas 18: 11-12). Sin embargo, Jesús concluye que este hombre no fue justificado por Dios.
Dado que Dios es omnisciente, no necesitamos informarle sobre nuestros méritos. Lo que realmente necesitamos es un Mediador, alguien que hable en nuestro nombre ante Dios, y lo encontramos en la persona de Jesucristo (ver 1 Juan 2: 1).
Cuán agradecidos debiéramos estar de que tenemos un Abogado con el Padre, a Jesucristo el justo. ¿Qué cambios prácticos puedes realizar para depender más de Jesucristo como tu Abogado y confiar menos en tus habilidades y logros personales?