Si crees que está haciendo calor…
“El Señor […] tiene paciencia con ustedes, pues no quiere que nadie muera” (2 Ped. 3:9).
“Si crees que está haciendo calor, imagina cómo será el infierno”.
¿Alguna vez oíste este chiste en alguna iglesia? Cuando Jonathan Edwards, un predicador del siglo XVIII, golpeó el púlpito durante su legendario sermón “Pecadores en manos de un Dios enojado”, el cristianismo ya llevaba usando el miedo al infierno casi diecisiete siglos. Es un mensaje tan persuasivo como un buen ardid publicitario: usa nuestra mercancía o sufrirás las consecuencias. Sin embargo, en lo que se refiere a nuestra relación con Dios, es ineficaz. La imagen de un infierno ardiendo por la eternidad pinta a Dios como un ogro vengativo que se deleita en el castigo. Nada que ver con el amoroso Padre que Jesús vino a mostrarnos. Sin embargo, muchos cristianos temen que si no recordamos constantemente esta amenaza, la gente se descuida espiritualmente.
Cuando Elena de White era joven, la criaron creyendo “en los horrores de un infierno que ardía eternamente, donde después de las torturas de miles y miles de años, las olas ígneas sacarían a la superficie a las víctimas que se retorcían de dolor y que gritarían: ‘¿Hasta cuándo, oh Señor, hasta cuándo?’ Y la respuesta descendería resonando hasta las profundidades del abismo: ‘¡Durante toda la eternidad!’ ” (Testimonios para la iglesia, t. 1, p. 29). Cuando su madre le dijo que había comenzado a creer que Dios simplemente destruiría en un momento a los que no se hubieran arrepentido, a Elena le costó aceptarlo. Le dijo: “Si cree en esa extraña teoría, no se lo diga a nadie, porque temo que los pecadores obtengan seguridad de esta creencia y no deseen nunca buscar al Señor” (ibíd., p. 43).
La madre de Elena le respondió: “Si esto es una verdad bíblica genuina, en lugar de impedir la salvación de los pecadores será el medio de ganarlos para Cristo. Si el amor de Dios no basta para inducir a los rebeldes a entregarse, los terrores de un infierno eterno no los inducirán al arrepentimiento. Además, no parece ser una manera correcta de ganar almas para Jesús, apelando al temor abyecto, uno de los atributos más bajos de la mente. El amor de Jesús atrae y subyuga hasta el corazón más endurecido” (ibíd.).
Dios quiere que nos acerquemos a él por amor, no por miedo. La Biblia nos asegura: “Donde hay amor no hay miedo. Al contrario, el amor perfecto echa fuera el miedo, pues el miedo supone el castigo” (1 Juan 4:18).