
Palabras que contaminan
«[Jesús] decía que lo que sale del hombre, eso contamina al hombre, porque de dentro, del corazón de los hombres, salen los malos pensamientos […], el engaño, la lujuria, la envidia, la calumnia, el orgullo y la insensatez. Todas estas maldades salen de dentro y contaminan al hombre» (Marcos 7: 20-23).
José acababa de conocer el evangelio a través de unos vecinos veganos muy estrictos. En su nuevo deseo de hacer las cosas bien y de abandonar sus malos hábitos, José ponía en práctica a rajatabla cada novedad que iba aprendiendo de sus amigos creyentes. Como ellos le hablaban sobre todo de cuestiones relacionadas con la alimentación, y entusiasmado por los buenos consejos de vida sana que estaba descubriendo, José se convirtió en un vegano militante, casi más que en un buen cristiano. Como, por cierto, su salud estaba mejorando visiblemente, José actuaba como si su salvación dependiera más de su nuevo estilo de vida que de la gracia divina.
En su labor de apostolado, José ponía más interés en que la gente dejase de comer carne que en acercarlos a Cristo. Y en vez de irradiar el amor divino, su carácter irradiaba más agresividad que otra cosa.
Un sábado una familia de la iglesia nos invitó a comer. Se trataba de hermanos de condición modesta, sumamente afables y generosos, y coincidió que habían invitado también a José. Queriendo agasajarnos, nuestros anfitriones habían preparado una comida de sábado todo lo excelente que ellos podían ofrecer, que incluía algo de pollo, pescado y un magnífico pastel de postre, que contenía, sin duda, azúcar, leche y huevos.
Todavía me duele la memoria del alma al recordar la dureza con la que José trató de pecadores, mundanos, apóstatas y no sé cuántas cosas más a estos buenos hermanos, por no seguir como él «los clarísimos mandatos de la pluma inspirada». La pobre ama de casa, criticada, denigrada y humillada, se deshacía en lágrimas esforzándose por decir que nos había ofrecido lo mejor que tenía.
Yo era todavía un pastor muy joven, pero la escena me dejó muy claro para toda la vida que hay contaminantes que salen del corazón (incluso de corazones que se creen impecables) mucho más perjudiciales que los ingredientes de algunas recetas; y con efectos incomparablemente más dañinos, crueles y duraderos para nuestro carácter y para nuestras relaciones con los demás. Y que hay palabras que contaminan a quienes las pronuncian de modo mucho más difícil de purificar que los más desafortunados postres.
Señor, líbrame hoy de palabras contaminantes.