El amor que hace madurar: el cuidado espiritual
“Y Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba del favor de Dios y de los hombres” (Luc. 2:52).
El cuidado espiritual es un aspecto que los padres no debiéramos descuidar ni dejar al azar. El amor que hace madurar enseña valores y principios basados en la Biblia. La conciencia moral, que será la que sirva de norma para la conducta del niño en su vida adulta, comienza a desarrollarse en las etapas tempranas. Esto quiere decir que los padres y los adultos encargados de su cuidado deben mostrarles lo que es correcto y lo que no. Si nosotros, los adultos significativos de la vida del niño, decimos una cosa, pero el niño ve que hacemos otra, llegará a pensar que valores como la honestidad, la verdad y el honor, están condicionados a las circunstancias. En la Palabra de Dios, las madres podemos encontrar dirección divina para criar hijos espiritualmente maduros.
Temprano en la vida, el niño tiene que ser enseñado a reconocerse como hijo de Dios y a desarrollar gratitud por la vida que su Creador le ha dado. Los padres que piensan que la instrucción religiosa debe postergarse a etapas ulteriores de la vida pierden la oportunidad de conducir a sus hijos por el camino de la fe. Ya que esta es una virtud que los sostendrá con fortaleza cuando vengan los contratiempos propios de la vida, nada hay mejor que desarrollarla y acrecentarla desde que el niño está en los brazos de su madre. Vive mejor quien tiene a Dios en su corazón, que aquel que piensa que no existe.
“Los padres que han descuidado las responsabilidades que Dios les dio, deben hacer frente a ese descuido en el juicio. Entonces preguntará el Señor: ‘¿Dónde están los hijos que te di para que los preparares para mí? ¿Por qué no están a mi diestra?’ Muchos padres verán entonces que un amor necio les cegó […] y dejó que esos hijos desarrollaran caracteres deformados inaptos para el cielo. Otros verán que no concedieron a sus hijos tiempo y atención, amor y ternura; su descuido del deber hizo de sus hijos lo que son.
“Padres, si pierden su oportunidad, Dios tenga piedad de ustedes […]. Supongamos que llegaran al cielo y ninguno de sus hijos estuviera allí. ¿Cómo podrían decir a Dios: ‘He aquí, Señor, y los hijos que tú me diste’? (Isa. 8:18)” (Conducción del niño, p. 532).