Matutina para Mujeres, Jueves 24 de Junio de 2021

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El amor que hace madurar: el cuidado espiritual

“Y Jesús seguía creciendo en sabiduría y estatura, y gozaba del favor de Dios y de los hombres” (Luc. 2:52).

El cuidado espiritual es un aspecto que los padres no debiéramos descuidar ni dejar al azar. El amor que hace madurar enseña valores y principios basados en la Biblia. La conciencia moral, que será la que sirva de norma para la conducta del niño en su vida adulta, comienza a de­sarrollarse en las etapas tempranas. Esto quiere decir que los padres y los adul­tos encargados de su cuidado deben mostrarles lo que es correcto y lo que no. Si nosotros, los adultos significativos de la vida del niño, decimos una cosa, pero el niño ve que hacemos otra, llegará a pensar que valores como la ho­nestidad, la verdad y el honor, están condicionados a las circunstancias. En la Palabra de Dios, las madres podemos encontrar dirección divina para criar hijos espiritualmente maduros.

Temprano en la vida, el niño tiene que ser enseñado a reconocerse como hijo de Dios y a desarrollar gratitud por la vida que su Creador le ha dado. Los padres que piensan que la instrucción religiosa debe postergarse a etapas ulteriores de la vida pierden la oportunidad de conducir a sus hijos por el ca­mino de la fe. Ya que esta es una virtud que los sostendrá con fortaleza cuando vengan los contratiempos propios de la vida, nada hay mejor que desarro­llarla y acrecentarla desde que el niño está en los brazos de su madre. Vive mejor quien tiene a Dios en su corazón, que aquel que piensa que no existe. 

“Los padres que han descuidado las responsabilidades que Dios les dio, deben hacer frente a ese descuido en el juicio. Entonces preguntará el Señor: ‘¿Dónde están los hijos que te di para que los preparares para mí? ¿Por qué no están a mi diestra?’ Muchos padres verán entonces que un amor necio les cegó […] y dejó que esos hijos desarrollaran caracteres deformados inaptos para el cielo. Otros verán que no concedieron a sus hijos tiempo y atención, amor y ternura; su descuido del deber hizo de sus hijos lo que son.

“Padres, si pierden su oportunidad, Dios tenga piedad de ustedes […]. Supongamos que llegaran al cielo y ninguno de sus hijos estuviera allí. ¿Cómo podrían decir a Dios: ‘He aquí, Señor, y los hijos que tú me diste’? (Isa. 8:18)” (Conducción del niño, p. 532).

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