
«Pedro se dio vuelta y vio que, detrás de ellos, estaba el discípulo a quien Jesús amaba» (Juan 21:20, NTV)
Te quiero confesar algo: siempre me resultó chocante la forma en la que Juan se autodenomina en su Evangelio. Una y otra vez él repite la expresión «el discípulo a quien Jesús amaba», y al final encontramos esta declaración: «Este es el mismo discípulo que da testimonio de estas cosas, y que las ha escrito. Y sabemos
que dice la verdad» (Juan 21:24). En otras palabras, Juan dice: «El discípulo a quien Jesús amaba era yo».
¿No te parece un poco presuntuosa esta forma de autodescribirse? Juan nos dice que Judas «era ladrón» y «tenía a su cargo la bolsa del dinero» (Juan 12:6), Tomás era incrédulo (Juan 20:24-28) y Pedro tenía un temperamento explosivo (Juan 18:10). Pero Juan era «el amado».
En realidad, aunque a los lectores modernos esta frase nos parece arrogante, si miramos con detenimiento notaremos que cuando Juan se autodenomina «el discípulo a quien Jesús amaba», no lo hace para destacar sus propios atributos, sino las virtudes de Jesús. Jesús es el que ama y no Juan el que era digno de ser amado.
El Nuevo Testamento señala que Juan tenía algunos rasgos no muy fáciles de amar. Tenía un carácter de trueno (Mar. 3:17), probablemente olía a pescado (Luc. 5:2, 10), deseó que cayera fuego del cielo sobre unos samaritanos incrédulos (Luc. 9:52-54) y, junto con su manipuladora madre, ambicionaba una posición de prestigio en el reino de Cristo (Mat. 20:20-28). Pero a pesar de todo esto Jesús amaba a Juan y lo transformó en un discípulo humilde, afectuoso y amable.
Al mirar el año que casi está por concluir, ¿qué tipo de persona pudieran los demás decir que eres? ¿Eres un joven explosivo como Pedro? ¿Fuiste una señorita deshonesta como Judas? ¿O acaso los demás te consideran una persona manipuladora y oportunista? La buena noticia del Evangelio de Juan es que nada de eso importa. Jesús te ama tal como eres y desea transformarte en una persona humilde y amable. Así que la próxima vez que leas que Juan era «el discípulo a quien Jesús amaba» recuerda que él se describió así para que pensemos: «Si Jesús pudo amar a alguien con tantos defectos de carácter como Juan, también puede amarme a mí. Y si
el Señor pudo transformar a Juan, también me puede transformar a mí».

