Matutina para Adultos | Viernes 28 de noviembre de 2025 | Cáliz amargo

Matutina para Adultos | Viernes 28 de noviembre de 2025 | Cáliz amargo

Matutina para Adultos

«Yendo un poco adelante, se postró sobre su rostro, orando y diciendo: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa;

pero no sea como yo quiero, sino como tú»» (Mateo 26: 39).

Cuántas veces, ante un «trago amargo», nos preguntamos por qué tenemos que pasar por ciertos sufrimientos y aflicciones. Nos sentimos tan solos que es como si Dios nos dijera: «Ahí te quedas: arréglatelas como puedas».

Jesús también sufrió esa dura prueba de sentirse «como una mujer abandonada… y repudiada» (Isa. 54: 6). Sin duda le llenó de esperanza aquella hermosa confesión divina que nos revela algo de la estrategia de Dios: «Por un breve momento te abandoné, pero te recogeré con grandes misericordias. […] Escondí mi rostro de ti por un momento; pero con misericordia eterna tendré compasión de ti» (Isa. 54: 7-8).

Para poder hacernos instrumentos suyos, Dios necesita cristianos sólidos y maduros. Porque ante la prueba, lo más importante no es hallar una explicación sino lograr una victoria. Y para eso tenemos a nuestra disposición, de la mano de la fe, el gran poder divino. Porque ese poder nunca permitirá que el sufrimiento nos paralice y nos lleve a compadecernos de nosotros mismos abrumados por la aflicción.

Jesús buscó fuerzas en la comunión con el Padre. Allí es donde nosotros también podemos encontrar el valor que nos falta.

El ejemplo de Jesús, en el momento más difícil de su vida, nos infunde el ánimo, la serenidad y la paz que necesitamos para sobrellevar nuestras pruebas. Quizá ninguno de los pasajes más decisivos de la vida de Jesús se pueda comparar con la lucha vivida en Getsemaní, pues en ese instante su agonía fue tan profunda que llegó hasta sudar gotas de sangre (ver Luc. 22: 44).

Jesús apuró la copa más amarga imaginable con la más suprema valentía y entereza. Es posible que a nosotros, en algunas ocasiones, tampoco se nos aparte el cáliz e igualmente nos veamos obligados a beberlo hasta las heces. Pero aferrados a Cristo recibiremos la fuerza necesaria para no desfallecer. Quizá su apoyo no siempre cambie el curso de los acontecimientos, pero siempre podrá cambiar nuestra actitud ante ellos, y eso es lo que realmente importa.

La dolorosa noche de Jesús en el huerto de los Olivos nos brinda muchas enseñanzas. Es posible que nos esperen duras pruebas y tribulaciones, pues no hay vida humana sin sufrimientos, pero, aunque tengamos que derramar gotas de sangre, oremos, como Jesús: «Padre: no se haga mi voluntad, sino la tuya» (Mat. 26: 39). En la noche oscura del alma, al apurar hasta el fondo el cáliz amargo, Cristo nos dará la fuerza, la paz y la victoria.

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