Matutina para Adultos | Lunes 8 de diciembre de 2025 | Quiero que estés conmigo

Matutina para Adultos | Lunes 8 de diciembre de 2025 | Quiero que estés conmigo

Matutina para Adultos

«Padre, aquellos que me has dado, quiero que donde yo esté, también ellos estén conmigo» (Juan 17: 24).

Desde que nuestros hijos salieron de casa para estudiar, trabajar o casarse, uno de nuestros deseos más vehementes, y menos realizados, es poder tenerlos de nuevo con nosotros, en la casa familiar.

Volver a estar juntos es, por ahora, solo un deseo piadoso. En el momento de escribir esta página, nuestro hijo mayor se encuentra, como acostumbra, viajando por algún lugar de África, su campo de trabajo; nuestra hija y nuestro yerno, con sus hijos, nuestros únicos nietos, están en Míchigan, donde ejercen como profesores en la Universidad Andrews; y nuestro hijo menor sigue por esos mundos de Dios, desempeñando funciones para el Alto Comisariado de las Naciones Unidas para Refugiados.

Comprendo que el amor de Jesús se manifieste también, pero en un grado infinitamente superior al nuestro, en su deseo de tenernos a su lado, donde él está.

Por eso, su promesa más llena de amor sigue siendo: «Vendré otra vez y los tomaré conmigo para que donde yo esté ustedes también estén» (Juan 14: 3, RVA15).

Tras mi experiencia como padre, he ido matizando mis ideas sobre el carácter de Dios, que han pasado de estar dominadas por su omnipotencia (algo propio de mi fe de niño) a centrarse cada vez más sobre el Dios padre amante, un Dios que comparte mis anhelos —a menudo insatisfechos— de reunir a toda la familia, de momento dispersa.

Si seres humanos tan limitados como los padres podemos amar así, y si nuestra vida se nos queda corta, y nos resulta insuficiente para expresar todo el amor que llevamos dentro; si dentro de los límites de nuestra finitud humana, somos capaces de albergar tanto cariño hacia nuestros seres queridos, ¿cómo seríamos capaces de fijar en palabras el amor que Dios nos tiene? «Pues si ustedes, que son malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más el Padre celestial…!» (Luc. 11: 13, RVC).

Cuando se ama a una persona se desea estar con ella siempre. El deseo de estar con Jesús del llamado «buen ladrón»

—«Acuérdate de mí cuando vengas como rey» (Luc. 23: 42, LPH)—, era tan plenamente compartido por Cristo que su respuesta no se hizo esperar: «Te aseguro que estarás conmigo en el paraíso» (vers. 43).

Nicolás Copérnico (1473-1543), gran precursor de la astronomía moderna, hizo inscribir en latín sobre su tumba, la oración siguiente: «No te pido, Señor, el perdón concedido a Pedro, ni la gracia acordada a Pedro. Me conformo con lo que prometiste al ladrón en la cruz».

Esa es mi oración también.

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