
«Pasaron el primer puesto de guardia y luego el segundo y llegaron a la puerta de hierro que lleva a la ciudad, y esta puerta se abrió
por sí sola frente a ellos. De esta manera cruzaron la puerta y empezaron a caminar por la calle, y de pronto el ángel lo dejó» (Hechos 12:10).
Pedro no sabía si lo que sucedía era realidad, si estaba soñando o teniendo una visión. Al día siguiente sería sacado al pueblo para decidir su suerte, como lo había hecho Herodes con Santiago. Al ver que los judíos se alegraron con la muerte del apóstol, al gobernante le pareció bien encarcelar a Pedro para ganar el favor del pueblo, pero no contaba con el poder de Dios, que no permitiría la muerte del apóstol pues su misión no había terminado. Las cadenas de sus manos se habían abierto por sí solas, las pesadas puertas de hierro se abrieron sin que nadie pudiera notarlo.
Dieciséis soldados no se habían dado cuenta del escape perfecto. No obstante, una vez que estuvo en la calle, fuera de la cárcel, el ángel lo dejó y se fue. Ahora, Pedro debía llegar a su destino haciendo uso de sus facultades humanas. Cuando leí que el ángel lo abandonó, pensé: «¿Por qué el ángel se fue?» En seguida, la respuesta llegó a mi mente: «Porque lo imposible lo hace Dios», pero como humanos nos corresponde hacer nuestra parte. Más adelante en la historia vemos a Pedro tocando una puerta para poder entrar. Al llegar a la casa de María, la madre de Juan Marcos, la puerta no se abrió por sí sola como se habían abierto en la cárcel momentos antes, sino que el esfuerzo humano debía hacer su parte. Pedro tuvo que tocar y esperar que desde adentro alguien le abriera la frágil puerta.
La lección es contundente: ¿Qué pasa en la vida de muchos creyentes? Algunos piensan que depender de Dios significa cruzar los brazos y esperar que todo ocurra por arte de milagro. No funciona así. A lo largo de toda la Biblia, encontramos evidencias de que a Dios le gusta dejar que el hombre haga su parte. Es poco responsable dejar que la vida transcurra por suerte, pensando que todas las puertas deben abrirse por obra milagrosa. No puedes decirle a Dios: «Si paso el examen significa que quieres que estudie esa carrera», cuando no se ha estudiado para el examen. Depender de Dios es poner manos a la obra para contribuir con
las huestes celestiales que operan a nuestro favor. Es nuestro deber esforzarnos para lograr nuestros objetivos haciendo lo que humanamente esté en nuestras manos y dejando que Dios haga lo imposible.

