
«Una sirvienta lo vio a la luz de la fogata y comenzó a mirarlo fijamente.
Por fin dijo: ‘Este hombre era uno de los seguidores de Jesús’ » (Lucas 22:56).
¿Qué beneficio podía recibir aquella mujer que gritó a todos: «Este hombre era uno de los seguidores de Jesús»? Puedo suponer que ninguno. Sin embargo, sabía que era amigo del arrestado y era obvio que había estado presente en varios sucesos de la vida de Jesús; de otra manera, no habría reconocido a uno de los más allegados al Maestro. Nadie le preguntó, pero ella se sintió con la obligación de señalar a Pedro y
descubrirlo delante de la gente. Quizás los romanos le agradecerían por su información. Aunque solo podemos especular sus motivos, tomaremos su ejemplo para la lección de hoy. ¿Qué te motiva a comunicar?
Cuando te enteras de un suceso, generalmente aquellos que involucran la reputación de terceros, ¿qué
haces con la información? ¿Te encargas de que otras personas también lo sepan? ¿Con qué objetivo? Quizás si lo comunicas a la persona adecuada para que el pecador reciba ayuda y pueda ser redimido, sería un buen motivo para hablar. De lo contrario, tus palabras solo son motivadas para satisfacer la curiosidad de los
demás, alimentar tu círculo informativo y «matar» a tu prójimo. Tal actitud no es aceptada por el cielo.
Jesús mismo advirtió al recién salido pueblo de Israel de Egipto que no siguieran estas prácticas: «No propagues chismes entre tu pueblo. No atentes contra la vida de tu prójimo. Yo soy el Señor» (Levítico 19:16, RVC) ¿Te das cuenta? El chisme atenta contra la vida de nuestro prójimo. El apóstol Pablo no fue tan delicado para llamar la atención en cuanto al chisme. Le escribe a Timoteo: «Además, aprenden a ser ociosas y a andar de casa en casa; y no solamente se vuelven ociosas sino también chismosas y entrometidas, y hablan de lo que no deben» (1 Timoteo 5:13). Suena duro, sin embargo debemos reconocer que el apóstol se está refiriendo a nuestro género.
Querida amiga, no hemos sido designadas jueces ni espías de los demás como lo hizo la mujer que acusó a Pedro. Nuestra tarea es ayudar a redimir al caído, no ayudarlo a morir. Realmente nuestras palabras matan o redimen. ¿Cuáles son tus motivos al hablar? Pidamos a Dios abundante sabiduría para no comunicar lo que no nos corresponde. Y, si vamos a hablar, que nuestras palabras sean para dar vida.

