Matutina para Mujeres, Jueves 8 de Julio de 2021

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¿Cara de limón amargo?

“Procuren que a nadie le falte la gracia de Dios, a fin de que ninguno sea como una planta de raíz amarga que hace daño y envenena a la gente” (Heb. 12:15).

Sin lugar a dudas, el rostro y sus expresiones hablan de nuestro in­terior mejor que las palabras que decimos. El enojo y la amargura, así como la alegría y la gratitud, dejan en el rostro huellas profundas que son imposibles de ocultar. El rostro es una parte del cuerpo a la que las mu­jeres le dedicamos tiempo y en la que invertimos dinero. Me atrevo a decir que las cremas, las mascarillas y las lociones faciales están en los tocadores de casi todas las mujeres y son parte de su cuidado personal cotidiano; sin embargo, no es solo el uso de estos productos lo que embellecerá el rostro de una mujer. Hay un aspecto muy importante que no debemos dejar a un lado: el cuidado del corazón. De él emana nuestra verdadera belleza.

En la Biblia leemos: “El corazón alegre embellece el rostro, pero el dolor del corazón abate el espíritu” (Prov. 15:13, RVR 95). La belleza exterior es un re­flejo de la belleza interior; esta última se cultiva cuando decidimos desarro­llar, con paciencia, emociones y sentimientos que promueven la salud total.

Al preguntarle a una de mis pacientes adolescentes cuál era la razón de los conflictos que tenía con su madre, me respondió: “Ella siempre tiene una expresión en la cara como si estuviera comiendo un limón”. Intenté visuali­zar con imaginación lo que aquella jovencita me estaba diciendo. La metáfo­ra que usó fue muy elocuente; me estaba hablando de amargura. Su madre era una planta de raíz amarga, y ella podía sentir que eso hace daño y envenena a los que están a su alrededor comenzando, por supuesto, con los de la mis­ma casa.

Un rostro agrio refleja amargura, enojos sin motivo, queja constante, incon­formidad por todo y por nada. Estos son algunos de los sentimientos que no solo afectan a la expresión facial, sino también a la salud física; y generan toxicidad en el ambiente.

Esta mañana, al levantarte, ponte frente al espejo y analiza con humildad la expresión que este te devuelve en tu reflejo. Quizá lo que ves no te resulte gratificante y puedas descubrir que, más allá de las cremas faciales, Dios ne­cesita derramar sobre ti el bálsamo de su gracia y convertirte en una hermosa mujer, “hija” de Dios en toda la expresión de la palabra.

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