Matutina para Adolescentes, Domingo 25 de Julio de 2021

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El Dios de la caja – parte 2

“Los gritos de la ciudad llegaban hasta el cielo, pues los que no se morían tenían el cuerpo lleno de tumores” (1 Sam. 5:12).

El arca consistía en un cofre de madera cubierto de oro macizo, con un ángel de oro en cada extremo. Los Diez Mandamientos, escritos en tablas de piedra, estaban en el interior, junto con el maná de Moisés y la vara de su hermano Aarón, que floreció como signo de la aprobación de Dios.

En Asdod cayó una plaga y el pueblo se llenó de tumores por todo el cuerpo. “¡Es el arca de los israelitas!”, exclamaron todos, recordando las historias sobre cómo Jehová había golpeado a Egipto con plagas. “El arca del Dios de Israel no debe quedarse entre nosotros –dijeron–, porque ese dios nos está castigando muy duramente, tanto a nosotros como a Dagón, nuestro dios” (1 Sam. 5:7). Entonces, los filisteos enviaron el arca a Gat.

Cualquier alegría que la buena gente de Gat pudo sentir al recibir el arca de los israelitas en su ciudad se desvaneció rápidamente cuando los tumores estallaron allí también y las ratas comenzaron a arrasarlo todo a su paso. Cuando intentaron pasar el arca a Ecrón, los ecronitas suplicaron piedad.

Entonces, Ecrón convocó a los líderes filisteos para decidir qué hacer con el arca. “Llévense de aquí el arca del Dios de Israel –suplicaron todos aterrorizados–. Devuélvanlo a su lugar, para que no nos mate a todos” (vers. 11).

Ya habían pasado siete meses. Los magos filisteos recomendaron que devolvieran el arca, pero no sin una ofrenda de culpa: cinco tumores de oro y cinco ratas de oro. Engancharon el arca a dos bueyes y dejaron que los bueyes la llevaran de regreso a Israel. Siguieron el carruaje y, sin guía humana, los bueyes devolvieron el arca a los israelitas.

Los israelitas intentaron utilizar el arca como un talismán mágico, pero Dios no es algo que podemos encerrar y manipular a nuestro antojo. Hoy en día, muchos cristianos aún piensan que hay algo inherentemente mágico en agitar los Diez Mandamientos (las tablillas que estaban almacenadas dentro del arca), pero Dios es el mismo hoy que en la antigüedad, y no es posible manipularlo.

Dios le dijo al rey Saúl: “Más le agrada al Señor que se le obedezca” (1 Sam. 15:22). Y le dijo al pueblo de Judá: “¿Para qué me traen tantos sacrificios? Ya estoy harto” de ellos (ver Isa. 1:11). Dios prefiere, sin duda, ver la ley escrita en nuestros corazones (Jer. 31:33).

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