Tu hijo depende de ti; tú dependes de Dios
“Jehová, de mañana oirás mi voz; de mañana me presentaré delante de ti y esperaré” (Sal. 5:3, RVR 95).
Tras un nacimiento, es la madre quien suele convertirse en la principal cuidadora de un hijo; de ella recibe sus primeras experiencias con su entorno. Es a través de la madre que el bebé comienza a conocerse a sí mismo, a otras personas y el medio que lo rodea.
Según el doctor Drescher, quien escribe desde una perspectiva cristiana, estas son las necesidades básicas de los niños: seguridad, aceptación, amor, alabanza y disciplina. A fin de proveérselas, la madre necesita tiempo, abnegación, paciencia, dominio propio y, muchas veces, sacrificar proyectos personales para dar prioridad a las exigencias de ese hijo al que ama incondicionalmente.
Es indudable que, en los primeros años de vida, tu hijo depende de ti, que eres su mamá; con el propósito de cumplir esta labor, necesitas facultades más que humanas. Para conseguirlas, es imprescindible que tú dependas de Dios. Esto significa tener una conexión continua y permanente con él, y poner en segundo término tus recursos y habilidades humanas.
La maternidad es tan exigente, que es probable que tu fortaleza mengüe, que la impaciencia te rebase y que sientas que fue un error tener un hijo. Depender de Dios es un proceso; se construye día a día con intencionalidad decidida. Así como tu hijo pequeño te llama y corre a buscarte cuando siente que ha perdido seguridad, así debes llamar tú a Dios y correr a buscarlo para que te dé la seguridad que te falta.
Querida amiga que eres mamá, si tú tienes falta de seguridad, Dios te hará fuerte. Si las emociones negativas predominan en tu quehacer de madre causándote un sentido de fracaso e incapacidad, busca fortaleza en Dios. Él te dará la victoria sobre tus estados de ánimo; podrás desechar la suficiencia propia, la soberbia, la victimización y el espíritu de cobardía.
Haz que la lectura de la Palabra de Dios forme parte de tu rutina diaria. Si el abatimiento hace presa de tu ánimo, haz un espacio en tu quehacer, arrodíllate humildemente y clama por ayuda. Memoriza algunas promesas que te traigan consuelo; repítelas hasta que tu mente las asimile, y hasta que te sientas en reposo y tranquilidad. Luego, levántate y continúa. ¡No caminas sola!
Dios provee lo que necesitamos cada dia