Ha llegado el tiempo de los niños
“Los hijos que nos nacen son ricas bendiciones del Señor. Los hijos que nos nacen en la juventud son como flechas en manos de un guerrero” (Sal. 127:3, 4).
No podemos negar que parte de la fuerza de la iglesia se encuentra en los niños. Afirmo esto no solo con base en la cantidad de niños que supera a la membresía adulta en muchas de nuestras iglesias, sino también tomando en consideración la gran cantidad de dones y ministerios que Dios ha depositado en ellos.
Con qué razón la sierva del Señor, Elena de White, declara que, en el futuro cercano, “el Espíritu de Dios descenderá sobre los niños y ellos harán en la proclamación de la verdad una labor que los obreros de mayor edad no podrán hacer” (El hogar cristiano, p. 425).
No debemos tener temor de que los niños desempeñen un papel protagónico en la proclamación del evangelio, pensando que son demasiado pequeños para realizar esta tarea, o aduciendo que por su naturaleza infantil no pueden ser tocados por el Espíritu Santo.
Por lo tanto, a las familias y a la iglesia les concierne la sagrada tarea de preparar a los pequeños para que cumplan su misión evangélica. Esto puede ser a través de la provisión de espacios, programas y recursos preparados para ellos, donde pulan sus dones, desarrollen sus capacidades y sean inducidos a entregar su vida al Señor en su más tierna edad.
Las familias y las iglesias que reconocen esta tarea y asumen esta responsabilidad con seriedad están cumpliendo una encomienda sagrada: “No hay nada de mayor importancia que la educación de nuestros niños y jóvenes. La iglesia debe despertarse, y manifestar un profundo interés en esta obra; porque ahora como nunca antes, Satanás y su hueste están determinados a alistar a la juventud bajo el negro estandarte que conduce a la ruina y a la muerte” (La educación cristiana, p. 151).
Los niños de la iglesia atendidos por adultos sabios y temerosos de Dios son “como flechas en manos de un guerrero”.