¡Que nos conviertan en caldeos!
“No ruego que los quites del mundo, sino que los guardes del mal” (Juan 17:15).
¿Cómo vivir en el mundo sin ser del mundo? En la oración sacerdotal de Cristo, registrada en Juan 17, el Señor ora al Padre, no para que nos quite del mundo, sino para que “nos guarde del mal”. Pero ¿cómo lograr este ideal sin que, en el proceso, perdamos nuestra identidad como “extranjeros y peregrinos”?
La experiencia de Daniel y de sus tres amigos en Babilonia nos puede ayudar, porque estos jóvenes hebreos lograron, no solo vivir, sino incluso sobresalir, en una cultura totalmente pagana. ¿En qué punto marcaron ellos la “línea roja” más allá de la cual no podían pasar sin manchar su testimonio como representantes del verdadero Dios? Daniel Jurman sugiere una interesante respuesta en su obra teatral “En un foso de leones”. Allí, presenta a Aspenaz, jefe de los eunucos del rey Nabucodonosor, declarando que hará todo cuanto pueda para convertir a los cuatro jóvenes hebreos en caldeos. Cuando Daniel y sus amigos se enteran del plan, discuten entre ellos cómo ser caldeos sin dejar de ser hebreos y, más importante aún, sin negar a Dios. Luego de deliberar, Daniel dice: “En todo lo que no sea importante, ¡que nos conviertan en caldeos!”
“¿Quieren cambiarnos los nombres? ¡Que los cambien! ¿Quieren cambiarnos el modo de vestir? ¡Que lo cambien! ¿Enseñarnos su cultura? ¡Que lo hagan…!” Es decir: “Pueden intentar cambiar todo lo que quieran, siempre y cuando no comprometamos nuestra identidad como embajadores del verdadero Rey”. Y así fue. Cuando llegó la prueba de los alimentos, no se contaminaron. Cuando Ananías, Misael y Azarías fueron obligados a arrodillarse ante la estatua de oro, no se doblegaron. Cuando se promulgó el edicto que prohibía dirigir petición alguna a “cualquier dios u hombre” que no fuera el rey, Daniel siguió orando (Dan. 6:7, 10). Pero ahí no termina todo. En la obra de Jurman, Daniel declara: “Que nos enseñen su cultura […], pero nosotros les vamos a enseñar lo que significa ser fieles al único y verdadero Dios” (Bringing Heaven Down to Earth, p. 173). ¡Y en qué forma lo lograron!
¿Cómo vivir, entonces, en el mundo sin ser del mundo? Recordando al menos tres cosas. Una, que la oración de Cristo no es para quitarnos del mundo, sino para guardarnos del mal. Dos, que esa “línea roja” ha de indicar claramente qué aspectos de la cultura podemos permitir sin deshonrar al Señor. Y tres, ¡vamos a enseñarle al mundo lo que significa ser representantes del único y verdadero Dios!
Padre celestial, ayúdame a no negociar mis principios doquiera me encuentre hoy; y a enseñarle al mundo quién es el único y verdadero Dios.
Hay países musulmanes donde obligan a los extranjeros a recitar unas palabras para que los considren como convertidos al Islam. Ahí es donde se pone muy delicada la situación para el que no desea voluntariamente ser musulmán. Nuestra fe en Cristo no es negociable ni aún bajo amenazas.-