Martes 08 de Noviembre de 2022 | Matutina para Adultos | Número uno

Número uno

“No tendrás dioses ajenos delante de mí” (Éxodo 20:3).

En su artículo: “¿Tiene sentido la idolatría?”, Randall L. Roberts cuenta un gracioso relato que ocurrió en Kansas City (Ministerio Adventista, 65/4, p. 20). Dice él que una mujer entró a una heladería y, después de hacer su pedido, se dio cuenta de que el famoso actor Paul Newman estaba a su lado. Al verlo, la mujer quedó paralizada. Y cuando Newman le sonrió y le dijo: “Hola”, ella sintió que las piernas le temblaban.

Como pudo, la mujer pagó por su helado y salió. Pero, una vez afuera, se dio cuenta de que no tenía el helado, y regresó. Cuando entraba a la heladería, se topó de nuevo con Paul Newman.

–¿Busca usted su helado? –le preguntó el actor.

Incapaz de responder, la mujer apenas asintió.

–Pues lo metió en su bolso, junto con el cambio –le dijo Newman.

¡Qué increíble!

¿Hay en nuestra vida alguien –pregunta Roberts– que “pueda hacer que coloquemos nuestro helado en el bolso (o en el bolsillo)?”

La pregunta de Roberts tiene sentido, aunque puede parecer exagerada. Lo que él está preguntado, básicamente, es: ¿Qué o quién ocupa el primer lugar en mi vida? Más específicamente, ¿quién está compitiendo con Dios por el primer lugar en mi corazón? Pero antes de contestar estas preguntas hemos de responder esta otra: ¿Qué significa que Dios sea el número uno?

Significa, en palabras de El camino a Cristo, que Dios posee nuestro corazón, que nuestros mejores pensamientos giran alrededor de él, y que a él pertenecen “nuestros más ardientes afectos y nuestras mejores energías” (p. 50). Entonces, ¿qué “pequeños dioses” hay en mi vida, ahora mismo, que compiten con el Dios soberano por el primer lugar? Una manera práctica de saberlo consiste en hacerme las siguientes tres preguntas: ¿En qué o en quién pienso más? ¿De qué hablo más? ¿A qué dedico mis mayores esfuerzos?

Si respondieras ahora mismo estas preguntas, ¿qué o quién sería número uno en tu vida?

“Al consagrarnos a Dios, necesariamente debemos abandonar todo lo que nos separare de él. […] No podemos ser mitad del Señor y mitad del mundo. No somos hijos de dios a menos que lo seamos enteramente” (El camino a Cristo, p. 39).

Santo Espíritu, unge hoy mis ojos para que yo pueda ver qué ídolos compiten por ser el número uno en mi vida. Sobre todo, capacítame para destronar a estos “pequeños dioses” y hacer del Señor Jesús el soberano de mi corazón.

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