Operación kamikaze
“Algunas naciones se jactan de sus caballos y sus carros de guerra, pero nosotros nos jactamos en el nombre del Señor nuestro Dios” (Sal. 20:7, NTV).
Durante veinte años habían sufrido. El rey Jabín, con sus novecientos carros de hierro y su ejército sediento de sangre, los oprimía y saqueaba continuamente. Entonces, recién ahí se acordaron de Jehová. Dios tuvo compasión y les envió un mensaje de esperanza a través de los labios de una mujer especial: Débora.
Esta jueza y profeta valiente se había mantenido fiel en medio de la idolatría reinante. Con su coraje característico, llamó a Barac, uno de los hombres más influyentes de Israel, con órdenes claras de parte de Dios: “Reúne diez mil guerreros para enfrentar a Sísara, el comandante del ejército de Jabín”. Entonces, Barac dijo sus célebres palabras: “Yo iré, pero solo si tú vienes conmigo” (Juec. 4:8, NTV). Francamente, siempre pensé que Barac era un cobarde. Sin embargo, ¡Débora estaba sugiriendo una operación suicida! Sísara contaba con novecientos carros de hierro, la tecnología bélica de avanzada de la época. Los israelitas no solo no tenían carros, sino que Dios les había indicado que pelearan en las laderas del monte Tabor. ¡En un valle! Exactamente donde los carros tendrían más ventaja. ¡Serían carne de cañón! Imagínate que tienes que enfrentarte a un tanque de guerra con tan solo una espada. ¡Es ridículo! Si Dios no los acompañaba, sería una operación kamikaze.
Débora no se negó a acompañar a Barac, ni a practicar lo que predicaba. Profetizando, le dijo justo antes de la pelea: “¡Prepárate! Hoy es el día en que el Señor te dará la victoria sobre Sísara, porque el Señor marcha delante de ti” (Juec. 4:14, NTV). Dios era el verdadero comandante de esa guerra, quien peleaba con armas mucho mejores que los carros de hierro. Entonces, el ejército de Jabín entró en pánico, porque Dios envió lluvia y truenos, e hizo que las ruedas de los carros se empantanaran. Aprovechando la oportunidad, Barac avanzó y mató a todos los guerreros de Sísara.
Cuando Dios nos pide que peleemos algunas batallas, miramos nuestras armas y pensamos: “¡Esto es una locura! De ninguna manera voy a poder hacerle frente a esta crisis económica, este problema de pareja o esta dificultad con mis hijos, con esta espada de hojalata oxidada”. Querida amiga, cuando el enemigo te rodee con novecientos tanques de guerra, recuerda que Dios marcha delante de ti. Él es el comandante de guerra. No temas, ¡solo cree!
Señor, hoy me preparo para la batalla con coraje y fe. Sin importar cuán fuertes sean mis enemigos, ¡tú eres más fuerte!, o cuán grandes sean mis problemas, ¡tú eres más grande! La victoria está asegurada porque marchas delante de mí.
Amén