Domingo 09 de Abril de 2023 | Matutina para Menores | Las vestiduras sacerdotales

Las vestiduras sacerdotales

“Haz para tu hermano Aarón ropas especiales, que le den esplendor y belleza” (Éxodo 28:2).

Dios mismo les indicó a los sacerdotes el vestuario que debían usar al momento de ministrar en el Santuario. Esa ropa especial les daba esplendor y belleza, los identificaba ante el pueblo como personas con una misión especial. Piensa, por ejemplo, en el uniforme de un soldado, una enfermera, un deportista; lo que ellos tienen en común es que esa ropa los distingue entre la multitud, por su función. El uniforme tiene un privilegio y una responsabilidad. Para nosotros, las vestiduras sacerdotales encierran lecciones espirituales. ¿Por qué es importante conocerlas? Porque la Biblia enseña que Dios nos dio un sacerdocio (1 Ped. 2:9; Apoc. 1:6). ¡Las funciones sacerdotales de la época de Israel pueden aplicarse a nuestra vida cristiana!

Primero, el sacerdote llevaba sobre las hombreras dos piedras preciosas, una en cada hombro. En cada piedra estaban grabados seis nombres de las tribus de Israel. El propósito era destacar cómo Dios los cargaba y sostenía en su trayecto a Canaán (vers. 9-12). De la misma forma, Jesús nos lleva sobre sus hombros en nuestro camino al reino de los cielos.

Israel también estaba en el corazón del sacerdote mediante el símbolo de doce piedras preciosas. Esto le indicaba la amorosa conducción divina como su especial tesoro. Hoy podemos recordar que Jesús nos ama, nos representa e intercede por nosotros en el trono celestial.

Por otra parte, en todo el borde de la capa había un diseño de una granada y una campanita (vers. 33, 34). La granada simboliza la vida fructífera que podemos tener como cristianos. En cuanto a la campanita, su sonido nos recuerda que cada acción y palabra tiene un efecto, una influencia en los demás. Dios espera que esa influencia sea positiva.

Finalmente, resaltemos la placa sobre la frente de Aarón, que decía “consagrado al Señor” (vers. 36). Hoy, esa misma frase nos recuerda que fuimos separados por Dios, y eso nos hace santos. Cuando reconocemos que somos propiedad de Dios, somos santos y esto nos hace vivir vidas plenas.

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