«Recuerda siempre quién eres»
«¿Qué concluiremos? ¿Vamos a persistir en el pecado, para que la gracia abunde?». Romanos 6:1, NVI
NUESTRO TEXTO DE HOY da a entender que en la iglesia cristiana de Roma algunos estaban tergiversando las palabras del apóstol Pablo cuando expresó que al abundar el pecado, sobreabundaba la gracia. ¿En qué consistía, básicamente, el argumento de esos críticos?
Su argumento consistía en que si la gracia de Dios era, en verdad, tan abundante a la hora de perdonar, ¿entonces qué había de malo en seguir pecando, para que su gracia los siguiera perdonando? Dicho en pocas palabras, «hagamos lo malo para que venga lo bueno» (Rom. 3: 8, NVI).
¿Cómo respondió el apóstol a esta lógica de «persistir en el pecado para que la gracia abunde»? Diciendo, enfáticamente: «¡Claro que no! Nosotros ya hemos muerto respecto al pecado; ¿cómo, pues, podremos seguir viviendo en pecado?» (Rom. 6: 2, DHH). Es decir, así como Cristo murió y resucitó de los muertos, para gloria del Padre, así también ustedes han muerto al pecado y nacido a una nueva vida.
¿Cuál es la implicación para nosotros, los que vivimos en el siglo XXI? John R. Stott responde muy bien esta pregunta cuando escribe que constantemente hemos de recordamos a nosotros mismos quiénes somos y lo que significa haber entregado nuestra vida al Señor Jesús. «¿No sé acaso quién soy? —pregunta Stott—». A lo cual he de responder: «Sí sé quién soy: una nueva criatura en Cristo, y por la gracia de Dios viviré como lo que soy».*
¡Ahí está! ¿Cómo puedo seguir viviendo en pecado si ya no soy lo que antes era? ¿Cómo puedo seguir con un estilo de vida caracterizado por el vicio, la lujuria y la mentira después de todo lo que ocurrió en la cruz del Calvario? ¡De ninguna manera!
El mismo Stott ilustra bien esta hermosa verdad al recordar un detalle relacionado con la muerte del Duque de Windsor el 28 de mayo de 1972. Cuenta Stott que ese día los medios de comunicación trasmitieron los pasajes más importantes de su vida. En uno de ellos, aparecía él cuando, todavía siendo niño, recordaba las palabras de su padre, George V: «Mi padre era muy estricto. Cuando yo hacía algo malo, él me amonestaba diciendo: “Mi querido hijo, siempre debes recordar quién eres»».**
No encuentro mejor manera de comenzar este nuevo día que imaginando a nuestro amante Padre celestial diciéndonos desde su trono: «Hijo mío, hija mía, recuerda hoy quién eres: un príncipe, una princesa, del reino celestial».
Oh, Padre celestial, ayúdame hoy a vivir como lo que soy: una nueva criatura en Cristo; un principe, una princesa, de tu reino eterno.
*John R Stott, The Message of Romans, Inter-Varsity Press, 1994, p. 187 ** Ibid., pp 187-188; la cursiva ha sido añadida.
Muy bueno 👌