No desperdicies tu dolor
“El Señor está cerca de los que tienen quebrantado el corazón; él rescata a los de espíritu destrozado” (Sal. 34:18, NTV).
Mi abuela Cesa fue una verdadera pionera del reciclaje y la reutilización. Ella solía cortar las bolsas de plástico y los sachets de leche en largas tiras, para armar un ovillo. Después, usaba este material para tejer a crochet monederos y alfombras. Si comíamos duraznos en almíbar, mi abuela enterraba las latas vacías en un rincón del jardín para que se descompusieran y fertilizaran la tierra. ¡Mi abuela no desperdiciaba absolutamente nada! A veces pienso que Dios se parece a mi abuela, porque él puede tomar cualquier cosa y usarla para nuestro bien (Rom. 8:28). Dios puede reciclar aun los momentos y las experiencias más difíciles de nuestra vida. Es fundamental que comprendamos esto y no desperdiciemos nuestro dolor, que no lo tiremos a la basura pensando que es inútil. Después de todo, así como los campos son fertilizados con estiércol, los corazones son regados por las lágrimas.
No desperdicies tu dolor, entrégaselo a Dios como una ofrenda. A veces creemos que solo podemos darle a Dios lo bueno y bello de nuestras vidas, ¡pero él quiere todo! Cada carcajada, y también cada sollozo. Cada éxito y cada fracaso. Los días de sol y los de lluvia. Dios puede usar todo para nuestro bien, si se lo permitimos. Cuando nos acercamos a Dios con la ofrenda del dolor, con las manos llenas de sueños rotos, estamos diciendo: “Aun con esta materia prima tan pobre, con esto que a mis ojos parece tan inútil, tú puedes hacer algo bello”.
Hace unos meses, tuve el privilegio de entrevistar a Susie Hart, la fundadora de la organización de caridad “Craft Aid International”. Su organización dicta talleres de manualidades para personas con discapacidades, en centros alrededor del mundo. En uno de sus primeros proyectos, en Tanzania, Susie enseñó a un grupo de personas sordas cómo fabricar papel usando estiércol de elefante como materia prima. Susie me dijo que, a partir de esa experiencia, el estiércol de elefante se transformó en un símbolo de transformación en su vida. Son justamente aquellas experiencias que consideramos inútiles, dolorosas y hediondas las que Dios quiere usar. ¡No desperdicies tu dolor; entrégaselo a Dios como una ofrenda!
Señor, en los momentos de dolor y pruebas ayúdame a aferrarme más a ti. Te entrego cada lágrima y cada tristeza. Aun con esta materia prima tan pobre, ¡tú puedes crear algo bello!
Amén, amén y amén