Domingo 11 de Diciembre de 2022 | Matutina para Adultos | Nada cambia, todo cambia

Nada cambia, todo cambia

“El Señor se fue luego que acabó de hablar con Abraham. Y Abraham regresó a su lugar” (Génesis 18:33, RVA 2015).

¿Qué hace alguien después de haber hablado con Dios personalmente? Dice la Escritura que, después de hablar con Dios, Abraham “regresó a su lugar”.

Cuando “Jehová se le apareció […] en el encinar de Manre”, Abraham estaba sentado a la puerta de su tienda, a la hora de más calor (Gén. 18:1). Probablemente, también era una hora de mucha actividad en el campamento.

El caso es que un día cualquiera, en medio de las actividades más ordinarias de un núcleo familiar, Dios visita el hogar de Abraham. ¿Quién podría, aun en sus mejores sueños, imaginar esto? Y cuando Dios aparece de esa manera, nada cambia; sin embargo, todo cambia. Los siervos siguen trabajando; los niños, jugando; los animales, unos comiendo, otros durmiendo… pero Abraham ya no es el mismo. ¿Cómo puede un mortal ser el mismo después de haber hablado con Dios? Como dice James R. Edwards, “en un lugar por demás ordinario sucedió algo muy extraordinario”: Dios irrumpió en el mundo de Abraham y Sara, y donde había desilusión y resignación, en su lugar les dejó una promesa y una esperanza (The Divine Intruder, p. 31).

¿No es esto, en cierto sentido, lo que Dios ha hecho también con nosotros? ¿Dónde estabas tú cuando el Señor te encontró? ¿Y qué hacías? Si tu experiencia fue de alguna manera como la mía, ese encuentro se produjo en circunstancias más bien ordinarias. ¿Puedes recordar?

Cuando yo miro hacia atrás, puedo ver con cierta facilidad lo que antes no veía: que Dios siempre estuvo siguiendo mis pasos, a la espera del momento oportuno para darse a conocer. Ese momento se produjo mientras yo participaba en un campamento juvenil de la iglesia adventista de Catia, Caracas. Tendría unos 18 años, y estaba ahí más por el amor de una hermosa joven que por el programa espiritual que se desarrollaba. El sábado, durante el servicio de predicación, el pastor R. S. Arismendi hizo un llamado para “abrir la puerta del corazón” a Cristo. Ese día, bajo los árboles que nos daban su sombra, le entregué mi vida al Señor. Cuando al día siguiente regresé a casa, nada había cambiado; no obstante, todo había cambiado porque yo ya no era el mismo: donde había desilusión y resignación, Jesús trajo una promesa y una esperanza.

¡Oh, las cosas que hace Dios!

Dios de maravillas, ¡sorpréndeme hoy! Que en medio de las ordinarias circunstancias de este día, algo extraordinario ocurra; y aunque todo siga igual, sigue trabajando en mi vida para que yo no siga siendo igual.

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