Humildad es correr el riesgo
“El orgullo lleva a la deshonra, pero con la humildad viene la sabiduría” (Prov. 11:2, NTV).
Un par de años atrás, cuando me invitaron a sumarme al equipo de la Radio Adventista de Londres, tuve muchas dudas. Aunque hablo inglés con fluidez, tengo acento español. Yo estaba tan preocupada por esto que casi no acepté el trabajo. Mi razonamiento sonaba bastante humilde: “Sería mejor que alguien más capacitado condujera este programa”. La realidad, sin embargo, era muy diferente. Mi corazón estaba nublado por el miedo y el orgullo. Yo tenía miedo de intentar algo diferente y fallar. ¡Mi orgullo no quería que yo corriera el riesgo de quedar como una tonta en público!
La célebre escritora holandesa Corrie ten Boom nos advierte del peligro de confundir la inseguridad con la humildad. En su sermón “Total Surrender” (Entrega completa), ella dice que debemos rendir nuestras limitaciones a Dios. “¿Cuantos cristianos sufren de complejo de inferioridad y luego creen que es humildad? Pero los sentimientos de inferioridad no son humildad, sino orgullo. Significa que no aceptas que tú eres tú; que deseas ser más que tú”. Como escribió el apóstol Pablo, el poder de Dios se perfecciona en nuestras debilidades (2 Cor. 12:9). Nuestras flaquezas son el escenario donde el amor de Dios se luce. Aceptemos y rindamos nuestras limitaciones como una ofrenda. ¿Quién sabe lo que Dios hará con ellas?
La humildad hace que fijemos la vista en Dios, que dependamos de él y que avancemos con coraje. El orgullo y la inseguridad, en cambio, hacen que nos enfoquemos en nosotras mismas (particularmente en cómo nos perciben los demás) y que evitemos correr riesgos. Por eso, sorprendentemente, la humildad es un arma excelente para combatir el sentimiento de inferioridad.
Aunque la humildad nos obliga a ver nuestras debilidades, no se detiene allí; no nos paraliza. La humildad nos llena de esperanza y gratitud, al saber que Dios puede usar aun nuestros recursos y talentos limitados. Como lo demuestra la parábola, el orgullo entierra el talento, pero la humildad lo invierte (Mat. 25:14-30).
Señor, quiero aceptar y rendirte mis limitaciones. La falsa modestia me invita a quedarme con lo cómodo y lo seguro, a proteger mi reputación. Pero la verdadera humildad que tú me ofreces me obliga a avanzar. Ayúdame hoy a confiar que tu poder se manifestará aún más claramente por medio de mis debilidades.
Amén