Singulares y especiales
“Es Dios quien nos ha hecho; él nos ha creado en Cristo Jesús para que hagamos buenas obras, siguiendo el camino que él nos había preparado de antemano” (Efe. 2:10).
Examinemos un poco la singularidad de lo femenino y de lo masculino, a fin de descubrir la riqueza de ambos y así darnos cuenta de que no se oponen; por el contrario, se complementan.
La naturaleza masculina clama por reconocimiento a sus logros y esfuerzos en favor de los que ama. El reconocimiento a lo que el hombre percibe como sus méritos es una especie de motor que lo impulsa al logro de sus objetivos y le hace percibirse feliz y contento en sus relaciones personales. En cambio, la mujer anhela echar raíces en el corazón de las personas a las que ama, mostrando ternura incluso aunque no sea reconocida por ellos.
El varón nació para la conquista; le encanta llegar al corazón de la mujer que ama sin sentir que nadie lo presiona a hacerlo. Le gusta sentir que él conquistó aquello que deseaba conquistar, de manera libre y voluntaria. En el ámbito profesional, aspira a alcanzar cierto estatus que le permita ejercer liderazgo. En el hogar anhela ser guía y líder, sin convertirse en un dictador. Para la mujer, sin embargo, su hogar es una continuación de ella misma y, cuando se le permite, derrocha creatividad y encanto. Se siente realizada cuando abre las puertas de su casa a las visitas y estas admiran la calidez y la belleza con que la ha adornado.
Para el hombre, los hechos son hechos, y frente a un problema tiende a buscar soluciones, despojándose de emociones y sentimientos. Digamos que el hombre es más objetivo. Para la mujer, las emociones y los sentimientos son más dominantes que la razón pura. Ve los sucesos y mide los efectos de un problema por lo que siente. Esto la define como una persona más subjetiva.
El varón está centrado en las cosas más que en las personas. Muestra su afecto siendo proveedor y brindando bienes materiales a los que ama. La mujer, en cambio, está centrada en las personas; por esa razón suele mostrarse misericordiosa y abnegada. Siente satisfacción brindando asistencia moral y espiritual.
Todo esto es parte de la obra maestra de Dios. La exquisitez femenina y masculina están impregnadas en cada célula de sus cuerpos, y es razón suficiente para alabar a Dios y procurar encontrar en el otro lo que nos hace falta a fin de caminar juntos hacia la trascendencia eterna.