Se construye el primer templo mormón
“¡A la ley y al testimonio! Si no dicen conforme a esto, esporque no les ha amanecido” (Isaías 8:20, RVR 95).
José Smith, el autoproclamado profeta de la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días (a veces llamada la Iglesia Mormona), se había trasladado desde Nueva York con unas cincuenta familias, y estaba tratando de establecer una comunidad religiosa. Su grupo construyó su primer templo en Kirkland, Ohio, y lo dedicó el 27 de marzo de 1837. Era una estructura de 18 metros de largo, 24 metros de ancho y 15 metros de alto, coronada con una torre de 33 metros de altura.
Lamentablemente, Smith y sus “santos” tenían algunas creencias extrañas que no sentaban bien a la gente local, siendo la más importante la poligamia. Diariamente, se formaban turbas que amenazaban con vandalizar el templo. Al final, la persecución hizo que Smith y sus seguidores abandonaran la ciudad.
Al templo no le fue muy bien en los meses que siguieron a su partida. La gente de la comunidad apiló ganado, ovejas y cerdos en el sótano. Utilizaban los pisos superiores para celebrar reuniones, obras de teatro, bailes, juegos y espectáculos. En años posteriores, el lugar se convirtió en una escuela a la que asistió James A. Garfield, quien llegaría a ser presidente de los Estados Unidos.
Tristemente, el histórico templo fue destruido por un incendio intencional en 1848.
Mientras tanto, los mormones se habían trasladado a Illinois; luego pasaron a Misuri, a Kansas y, finalmente, se establecieron en el valle del Gran Lago Salado, en Utah. Este viaje de 2.100 kilómetros hacia el oeste llevó a 70.000 pioneros mormones a su nuevo hogar. Fue allí donde la Iglesia de los Santos de los Últimos Días tuvo su verdadero comienzo y se estableció como una de las principales religiones de los Estados Unidos, que hoy cuenta con unos 13 millones de miembros.
Lamentablemente, la Iglesia Mormona no puede ser considerada una verdadera iglesia cristiana debido a su enseñanza de que cualquier mensaje nuevo dado por sus profetas, como José Smith, sustituye las antiguas verdades establecidas en la Biblia. Estas verdades son identificadas por la Biblia como la Ley y el testimonio. En pocas palabras, la Ley es el carácter de Dios. Cuando leemos la Ley, estamos observando los rasgos de su personalidad: sinceridad, respeto y amor.
El testimonio se refiere a lo que los profetas bíblicos comunicaron, o testificaron, sobre el carácter de Dios. Cualquier enseñanza no bíblica, especialmente una que pretenda suplantar el propio carácter de Dios y lo que se dijo de él, no tiene ninguna luz.