Fe imperfecta
“Al instante el padre clamó: ¡Sí, creo, pero ayúdame a superar mi incredulidad!” (Mar. 9:24, NTV).
Cuando el padre trajo a su hijo endemoniado a los discípulos, se estaba arriesgando a sufrir otra desilusión. Creer siempre implica correr un riesgo, y su caso era extremadamente difícil. Los exorcistas judíos de la época de Jesús creían que para echar fuera a un demonio, primero era necesario saber su nombre. De acuerdo con la cultura de la época, al nombrar algo se ganaba poder sobre aquello que se nombraba. Sin embargo, el padre sabía que su hijo tenía un espíritu mudo. Esto impedía que los exorcistas pudieran descubrir el nombre del demonio y echarlo. Con todo, él trajo su hijo a los discípulos, pero ellos no pudieron ayudarlo. ¿Quién sabe a cuántos predicadores y exorcistas habría recurrido antes, tratando de ayudar a su hijo que sufría desde la niñez? Para cuando Jesús llega a la escena, luego de haber estado en el monte de la transfiguración, la fe del padre había recibido una golpiza brutal. El padre había traído a su hijo, había suplicado, había creído, y todo en vano. Viendo al Maestro, le dijo: “Ten misericordia de nosotros y ayúdanos si puedes”. Jesús respondió: “¿Cómo que ‘si puedo’? Todo es posible si uno cree”. Inmediatamente, sin perder un segundo, sin ocultar su incredulidad, el padre clamó: “¡Sí, creo, pero ayúdame a superar mi incredulidad!” (Mar. 9:22-24, NTV).
A veces creemos que, para agradar a Dios, debemos ocultar nuestras dudas. Pero Dios, que lee cada uno de nuestros pensamientos, sabe exactamente cómo nos sentimos. ¡A él no lo sorprenden nuestras dudas! En Designed for Devotion [Diseñados para la devoción], Dianne Neal Matthews reflexiona: “Mientras vivamos en la Tierra, nuestra fe siempre estará combinada con momentos de preguntas e incertidumbre. Si tratamos de ignorar estos sentimientos, se pueden convertir en una barrera. […] Podemos quedar paralizados por la culpa acerca de nuestra fe imperfecta. Dios quiere que le traigamos nuestras dudas y preguntas a él. […] Es posible que no entendamos todo lo que desearíamos entender, pero luchar con nuestras dudas puede hacer que nuestra fe se fortalezca”.
El padre podría haberse ofendido, podría haber sido demasiado orgulloso como para admitir sus dudas, o estar demasiado herido como para arriesgarse a creer una vez más. Sin embargo, con fe imperfecta clamó al Maestro: “¡Sí, creo, pero ayúdame a superar mi incredulidad!”, y su oración no fue rechazada.
Sí, creo, Señor Jesús, pero ayúdame a superar mi incredulidad.
Amén, pero aumenta mi de, soy incrédula en ocasiones, pero ayúdame a superar mi incredulidad, a confiar más en ud. Y crecer y creer que viene en mi generación, aunque ojos se cierren . Amén