“Pero Dios…”
“Es difícil que alguien muera por un justo, aunque tal vez haya quien se atreva a morir por una persona buena. Pero Dios muestra su amor por nosotros en que, cuando aún éramos pecadores, Cristo murió por nosotros” (Romanos 5:7, 8, RVC).
¿Qué es lo máximo que podríamos estar dispuestos a hacer por una persona buena, a la que, además, amamos? Sacrificarnos por ella. Pero sabemos que esto es más fácil decirlo que hacerlo, como lo muestra el siguiente relato que cuenta Tony Campolo (You Can Make a Difference, pp. 58, 59).
Es la historia de dos amigos que iban viajando por tren en Londres cuando uno de ellos sufrió un ataque de epilepsia. En cuestión de segundos, el hombre cayó al suelo, convulsionando. Sin pérdida de tiempo, el otro se quitó su chaqueta, la enrolló y la puso bajo la cabeza de su amigo en forma de almohada, y mientras secaba las gruesas gotas de sudor en su frente, le hablaba suavemente para calmarlo. Cuando ya lo peor había pasado, lo colocó de regreso en el asiento. Luego explicó por qué ayudaba a su amigo con tanta solicitud.
El caso es que los dos hombres habían batallado juntos en Vietnam. En una ocasión los dos resultaron heridos; él con dos balazos en las piernas y su amigo, uno en el hombro, pero el helicóptero que debía rescatarlos nunca llegó. Entonces él le dijo a su amigo que lo dejara y que él huyera para salvarse, pero no quiso dejarlo. Durante tres días y medio cargó con él, a pesar de estar muy herido.
¿Qué estaba haciendo él ahora por quien le salvó la vida? El hombre explicó que cuatro años atrás, cuando supo de la enfermedad de su amigo, vendió su departamento en Nueva York y con ese dinero viajó a Londres para cuidar de él.
–Después de lo que mi amigo hizo por mí –dijo–, no hay nada que yo no estaría dispuesto a hacer por él.
¡Vaya ejemplo de lo que hace el amor por un amigo! ¿Pero haríamos lo mismo por un enemigo? Es aquí donde entra en juego nuestro texto para hoy.
¿No es esto grandioso? Dios no esperó a que nos amistáramos con él para amarnos. Tampoco esperó a que nos arrepintiéramos para enviar a su Hijo a este mundo de tinieblas. ¡Cuando todavía éramos rebeldes, Cristo murió por nosotros! ¡Alabado sea Dios!
Gracias, Padre celestial, porque “aun estando muertos en pecados” nos diste vida en Cristo (Efe. 2:5). Ayúdanos a vivir hoy como hijos tuyos que han sido perdonados por la preciosa sangre del Cordero.
Muy hermoso . Si nosotros siendo pecadores podemos hacer tales cosas cuanto más nuestro Padre Celestial.